Elizabeth limpió con delicadeza la herida en la frente del último hombre y esbozó una sonrisa tranquila.
—Listo, eso ya luce mucho mejor. Solo necesitas descansar un poco y en unos días no quedará ni rastro de la cicatriz.
Mientras guardaba los utensilios en el botiquín, los hombres de Xavier se pusieron de pie. La miraron con sincera gratitud.
—Muchas gracias, señora. No sabemos qué habríamos hecho sin usted... Somos bastante inútiles para estas cosas —dijo uno de ellos, inclinando la cabeza en señal de respeto.
—Está bien, solo cumplí con mi deber —respondió ella, sin darle demasiada importancia.
Xavier los miró en silencio, y ellos comprendieron al instante que era momento de retirarse.
Entonces, con una expresión algo tensa en el rostro, se acercó a Elizabeth, la rodeó por la espalda con sus brazos y depositó un beso suave en su mejilla.
—A mí también me hubiera gustado que atendieras mis heridas con la misma delicadeza que tuviste con mis hombres —dijo Xavier,