CAPÍTULO 10 UNA PESADILLA  

Después de aquella pequeña tormenta de emociones, Elizabeth acostó a los niños y se quedó a solas con Christian.

—Gracias por estar aquí para nosotros —le dijo, tomando su mano mientras él la acariciaba con ternura.

—No tengo problema en cuidar de ustedes siempre que pueda. De hecho, esta noche me quedaré aquí a dormir; no sabemos qué pueda pasar.

—No, Christian, no es necesario. Debes descansar para atender tu trabajo. No te preocupes por nosotros.

—Me quedaré a dormir en el sofá, es bastante cómodo. Estoy a solo dos casas, cariño. ¿Qué te parece si bebemos una copa?

Elizabeth se mordió el labio, todavía nerviosa por lo sucedido, y dudó antes de asentir.

—Está bien, la verdad es que lo necesito.

Christian se dirigió a la cocina, trajo una botella de vino y dos copas, y las colocó sobre la mesa de centro. En medio de la calma solemne que había surgido de repente, la pareja empezó a beber, sintiendo cómo el ambiente se calentaba entre ellos, poco a poco.

—Salud, mi querida Eliz
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