La mujer del Cóndor: 25. No puedo dejarte ir.
Regina
No podía creer que había logrado seguirlo. Mi corazón latía con fuerza mientras bajaba del taxi y me escabullía tras él, con el sigilo de alguien que no quiere ser descubierto. Lo seguí hasta una vieja bodega, un lugar que parecía sacado de una pesadilla. Cuando abrí ligeramente la puerta, el hedor a metal oxidado y madera húmeda me golpeó como una bofetada.
Ahí estaba él, mi Michael, mi supuesto protector, de pie frente a un hombre amarrado a una silla con la cabeza cubierta. Las herramientas alrededor no dejaban lugar a dudas sobre lo que estaba a punto de suceder. No quise creerlo, pero cada segundo que pasaba confirmaba lo que sospechaba.
Cuando Michael me vio, su rostro se tensó. Se acercó a mí, intentando tocarme, pero me aparté como si su mano quemara.
—Tú... tú eres el Cóndor —grité, mi voz quebrándose a mitad de la frase.
Michael abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo, un hombre moreno, alto y de aspecto intimidante, dio un paso al