Capítulo 40. Moonveil

ELENA

Natalia sacó una manta de su mochila y la extendió sobre nuestras piernas. Me miró con una sonrisa. Yo apoyé la cabeza en su hombro, cerré los ojos, y dejé que el traqueteo del autobús me arrullara.

Pero no dormí. Mi mente no me lo permitió. Pensé en Lycan, en su voz. En su promesa de volver a las cinco. En el croissant de chocolate, en la ducha, en el beso en la frente.

Pensé en cómo me había sostenido cuando lloraba, en cómo me había dicho que nunca me disculpara por lo que sentía. Y me dolió. Me dolió como si el recuerdo fuera una herida abierta que no dejaba de sangrar.

Pero también pensé en el bebé. En esa pequeña vida que crecía dentro de mí. En lo que significaba protegerlo. En lo que significaba elegirlo por encima de todo.

Y mientras pensaba en Lycan, las horas fueron pasando. Después de cinco horas de viaje, el autobús se detuvo en una estación rural para recoger a más pasajeros. Bajamos unos minutos para estirar las piernas.

Natalia me miró.

—Llama a Maelis.

Asentí.
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