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Capítulo 33. Mariposas y señales

ELENA

Lycan se inclinó hacia mí, con esa sonrisa que me derretía.

—No te olvides de mí. Estarás muy ocupada entre el entrenamiento y el trabajo.

Me reí. No pude evitarlo. Porque la idea de olvidarlo era tan absurda que ni siquiera podía fingir que era posible.

—Eso es imposible —respondí—. Aunque quisiera, no podría.

Lycan se acercó, me tomó la mano, y la besó con delicadeza.

—Entonces estamos bien.

Solté todo el aire que llevaba atrapado en los pulmones. Cuando Lycan dijo que quería pedirme algo, lo primero que pensé fue: “Ya está, algo turbio, algo raro.” Pero no. Estaba equivocada.

Y cuando me di cuenta, se me escapó una sonrisa tonta. De esas que no puedes controlar, que te salen solas. Porque ahí, justo en ese momento… empezaron las mariposas. Y no eran pocas.

Aquella velada fue mágica. Nos permitimos bajar las defensas. Hablamos sin prisas, sin máscaras. Descubrí sus gustos, sus manías, sus silencios. Él escuchó mis historias, mis miedos, mis sueños. Fue como si el tiempo se de
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