Aunque le temblaban las manos, Elizabeth no dejó de apuntarle al pecho a ese hombre despreciable. Tony, indiferente, soltó una carcajada cargada de sorna. —Si Xavier no muere hoy, en el futuro me hará pagar esto con creces. Cuando lo vio alzar el cuchillo sobre su cabeza, dispuesto a clavárselo a Xavier en la yugular, no dudó más: apretó el gatillo. La sangre caliente de Tony le salpicó el rostro, y el arma cayó al suelo junto al cuerpo de Xavier. Elizabeth cerró los ojos con fuerza, pero no se arrepentía. Suspiró al escuchar pasos firmes acercándose. Eran Dante y varios hombres de Xavier. Dante no perdió tiempo y comenzó a dar órdenes. Mientras unos aseguraban la zona, otros lo ayudaron a cargar a Xavier y a Elizabeth rumbo al hospital. Todos se movían como hormigas, trabajando con rapidez para levantar los cuerpos y borrar cualquier rastro. En el bajo mundo, un escándalo como aquel no podía permitirse.—Elizabeth, ¿estás bien? —Ella negó con la cabeza. Parecía petrificada, vací
Pasaron muchos días para que Elizabeth y Xavier regresaran a casa recuperados, fueron semanas eternas entre el hospital y la mansión, pero esto, lo que hizo fue fortalecer el vínculo entre los dos, Elizabeth parecía disfrutar de su compañía, de sus cuidados y de todo lo que parecía ser una familia normal. ***—Mami, tenemos muchas tareas pendientes. —Emma levantó su cuaderno y se lo enseñó a Elizabeth. —¡Oh! Lo sé nena, pero debemos hacerlo todo muy despacio, a mami todavía le duele la cabeza. la pequeña niña sonrió y se devolvió a la mesa para jugar con su hermanito, Elizabeth solamente suspiró, esos días fueron difíciles. La puerta principal se abrió, y al girarse hacia ella, lo primero que vio fue un enorme ramo de flores asomando. El delicioso aroma la envolvió al instante, llenando la estancia con una fragancia dulce y delicada. Sin pensarlo, se levantó guiada por la imagen, y enseguida apareció Xavier, sosteniéndolo con una sonrisa en los labios.—Hola, cariño. He regresado a
El idilio entre los enamorados ardía con intensidad. Cada día, Xavier se esmeraba en demostrarle a Elizabeth cuánto la amaba y, sobre todo,se esforzaba en evidenciar los profundos cambios que estaba atravesando. Para ella, eso era lo más valioso: más que los gestos románticos o los obsequios, lo que realmente la conmovía era ver cómo, poco a poco, el despiadado Xavier Montiel iba quedando atrás. —Dame otro beso, Elizabeth. No nos veremos si no hasta la noche… voy a extrañarte —murmuró él, sujetándola suavemente del brazo. Ella, sonriente, se puso de puntillas y le dejó un beso en la mejilla. —En la noche te doy los que te debo. Ahora tengo algo urgente que atender —respondió con una sonrisa antes de salir de la mansión. Esa tarde evitó usar su auto nuevo; sospechaba que Xavier la podía estar rastreando con algún GPS oculto. Y lo que estaba por hacer… no admitía esperas.Marcos estaba sentado en la misma silla de siempre, con su habitual taza de café entre las manos. Elizabeth se ac
El corazón le latía con fuerza, y las manos le sudaban. Era la quinta prueba de embarazo que Elizabeth se hacía en el año, y su mayor temor era volver a ver un resultado debastador.—Elizabeth, cariño, pase lo que pase, estoy contigo. Enséñame la prueba, me estoy muriendo de la curiosidad.Samuel la observaba con ansiedad, sus ojos expectantes buscaban respuesta en los de ella. Elizabeth, con un nudo en la garganta, abrió las manos y dejó al descubierto el casete. Pero en cuanto lo vio, el mundo se le vino abajo. Sus lágrimas brotaron sin control, rodando por su rostro como si fuesen un río incontenible.«Negativo».—No sirvo para tener hijos, Samuel… Nunca voy a ser madre. Casi llego a los treinta… Me quiero morir… No sirvo para nada.Samuel, sintiendo el dolor de su esposa como propio, se arrodilló frente a ella y la estrechó contra su pecho, dándole consuelo, mostrándole todo su amor.—No te preocupes, cariño. No te culpes. Si no podemos tener un hijo de forma natural, podemos adopt
Semanas más tarde. —Señora Elizabeth, aquí está la cena. —La mucama dejó el plato sobre la mesa. De repente, al ver lo que tenía enfrente, Elizabeth sintió que el estómago se le revolvía. Sacudió la cabeza y tomó el tenedor, dispuesta a dar el primer bocado.Pero… se levantó de golpe y corrió al baño con unas fuertes náuseas. No era la primera vez en la semana que le ocurría. Mientras se limpiaba la boca frente al espejo, un pensamiento la golpeó de lleno: su periodo había desaparecido hace un par de meses.¿Acaso era lo que imaginaba? Sin dudarlo, pidió una prueba en la farmacia y, al ver el resultado, las lágrimas nublaron su vista. Tanto tiempo esperando ese milagro y, por fin, ahí estaba. Lo que había anhelado con ansias se reflejaba en el casete.«Positivo»Saltó de alegría y se abrazó el vientre, sin poder creerlo. En ese preciso instante, la puerta de la mansión se abrió. Samuel acababa de llegar del trabajo y, al verla dando brincos, frunció el ceño.—Hola, mi amor. ¿Por qué
—¡¡Malditos traidores!!Elizabeth apretó los puños con furia. Un torbellino de emociones la sacudía por dentro: el amor se transformaba en odio, y el dolor en un deseo incontenible de venganza. Se acercó a su esposo y lo miró directo a los ojos.—¡Maldito traidor! ¿Desde cuándo me engañas con mi hermana, Samuel? —Su voz tembló, llena de desilusión.Samuel la observó con frialdad. Ya no era el hombre que ella había amado, no el que creyó conocer. Mientras tanto, Altagracia, con total descaro, se acomodó sobre el escritorio con una sonrisa burlona, disfrutando del espectáculo.—Elizabeth, querida… No es lo que imaginas —mintió Samuel con absoluto descaro.—Ah, ¿no? —Los ojos de Elizabeth recorrieron el rostro de su hermana y luego el de su esposo, como si tratara de hallar alguna pizca de humanidad en ellos—. ¿Cómo pudieron?Samuel se encogió de hombros con indiferencia, apartándose de su camino. Encendió un cigarrillo con una calma insultante antes de responder:—La culpa es tuya, Eliza
Samuel no dudó ni un minuto en soltar con fuerza a Elizabeth, y ella cayó de rodillas frente a Xavier. Levantó la mirada y el hombre la observaba fijamente a los ojos. Extendió su mano y la ayudó a ponerse de pie de nuevo.Cada acto de Samuel lo llenaba más de odio en su contra.—Muy bien, señor, ha sido un muy buen trato. —Samuel le extendió la mano a su jefe, pero este la dejó en el aire.—¡Lárgate! —espetó Xavier, furioso. Samuel se encogió de hombros indiferentemente y salió de la oficina sin decir nada.Una lágrima se deslizó por la mejilla de Elizabeth. Miró fijamente a los ojos del jefe de su esposo, Xavier avanzaba lentamente hacia ella, y al notar la pistola en su cintura. Sintió que estaba siendo arrastrada al infierno, lo que le heló la sangre. Aun así, hizo un esfuerzo por levantar la cabeza, apretó los puños y lo miró con desprecio.Secó la lágrima de su mejilla y gritó, furiosa:—¡¡También me largo!! No tengo nada que hacer aquí.Xavier se quedó en silencio, mirándola de
La cabeza de Elizabeth giraba sin control, y el dolor en su cuello era consecuencia de la incomodidad con la que durmió. Miró a su alrededor; parecía que ya había amanecido. Se había quedado dormida después de llorar casi toda la noche.De repente, la puerta de aquella oscura habitación se abrió de golpe, y la luz del día inundó el espacio, deslumbrando sus pupilas. Se cubrió el rostro con el brazo, sintiendo cómo el calor le quemaba la piel.—¡Levántate!Elizabeth reconoció al instante esa oscura voz, y se levantó de un solo salto.—¡Ah! ¿Entonces has vuelto? ¡Te voy a denunciar con la policía, maldito secuestrador! ¡Mira en las condiciones en que me tienes! ¿Tienes idea de cuánto tiempo pasarás en la cárcel cuando se enteren de que me has secuestrado? Te vas a hundir —Elizabeth se paró frente a él, reprochándole furiosa.Xavier se cruzó de brazos y, con una expresión seria, la miró.—Vamos, debes desayunar. No es bueno que pases hambre en tu estado.—No voy a desayunar. No tengo ape