Estevão
La impaciencia me consumía desde el momento en que acompañé a Malu hasta su casa. Ella no me havia dado noticias y su silencio pesaba más que cualquier palabra. Sin pensarlo demasiado, salí de mi casa rumbo a la suya. Hice el camino de siempre por la lateral hasta llegar a su cuarto.
Allí dentro, Malu dormía. Estaba recostada de lado, con el gato enroscado junto a su cadera. Sus cabellos rubios sueltos, esparcidos como ondas sobre la almohada. Su rostro sereno. En paz, como si el mundo no existiera afuera. Mi corazón golpeó más fuerte en una mezcla de alivio, nostalgia y confusión. Verla tan bonita y ajena a todo hacía que el suelo bajo mis pies se volviera incierto. No sabía hacia dónde nos llevaría lo que sentíamos, pero sí sabía que cada minuto estaba más enamorado.
Mis leves golpecitos en la puerta la despertaron con un sobresalto. Pero en cuanto abrió, en dos pasos tomé su rostro entre mis manos y la besé. Un beso urgente, casi desesperado. Como si llevara días sin verla.