Liam estaba frente a mí, y no podía apartar mis ojos de su rostro impecable, tan frío como siempre. Sentía la rabia ardiendo en mi pecho. No podía creerlo: él había llevado a Rayner a la boda, sabiendo todo. Sabía que yo era su prometida prófuga, que cada movimiento estaba lleno de riesgo, y aun así… aun así lo hizo.
—Cecilia… —comenzó, su voz baja y serena, como si cada palabra estuviera calculada para calmarme—. Las cosas se salieron de control. No deberías tomártelo tan a pecho.
Mi respiración se volvió más rápida, mi cuerpo temblaba.
—¿No tomarlo a pecho? —repetí entre dientes, incapaz de ocultar la indignación—. ¡Tú sabías todo lo que eso significaba! ¡Y aun así… aun así lo permitiste!
Liam dio un paso más cerca, intentando suavizar su expresión.
—Deberías estar agradecida… —continuó, como si la gratitud pudiera borrar todo lo que había pasado—. Te salvé de ese hombre, y me encargaré de que nunca vuelva a molestarte.
El nudo en mi garganta se apretó aún más. Su intento de tranqui