El sol ya se escondía detrás de las colinas, pintando el cielo con colores que parecían haber salido directamente del corazón de un artista enamorado. Eran tonos de naranja quemado, rosa suave y dorado líquido que tocaban la copa de los árboles, los campos de la hacienda e incluso la madera desgastada del porche, que ahora parecía brillar con un cierto aire de nostalgia. El olor a tierra mojada, mezclado con el perfume dulce de las flores silvestres, creaba una atmósfera casi sagrada, un instante suspendido en el tiempo, donde todo parecía más leve, más real, más verdadero.
Lorenzo caminaba despacio por el patio, como si cada paso necesitara ser pensado con cuidado. Llevaba en el pecho un peso dulce, difícil de explicar. El tipo de peso que solo el amor sincero, profundo y transformador puede traer. Sus ojos, oscurecidos por el tiempo y las pérdidas, ahora brillaban de un modo distinto al avistar a Isabella a lo lejos.
Ella estaba descalza, con un vestido claro que se movía suavemente