BIANCA
Aquí estoy, a las seis de la mañana, desayunando junto a Adrián. Solo los dos porque
Austin, tomó su leche y se volvió a dormir enseguida, así que ahora… no tengo dónde esconderme.
No quiero mirarlo a los ojos, porque si lo hago siento que verá a través de mí, que me descubrirá sin esfuerzo alguno. Y entonces vuelve esa imagen del sueño, nítida, traicionera: él sobre mí, sin camisa, su torso desnudo presionando el mío, su boca devorando la mía como si no existiera nada más.
Mis dedos recuerdan el camino. Tocando su piel, deslizándose por ese torso que observé —y aprecié— demasiado bien anoche.
Me pican las manos por recorrerlo otra vez, por memorizar cada línea, cada músculo.
Maldición.
Sacudo la cabeza, intentando borrar ese pensamiento.
—¿Me dirás de qué fue tu pesadilla? —pregunta con tono curioso—. ¿O acaso soñaste conmigo?
Casi me atoro, con su pregunta.
Mi mirada sube lentamente, atrapada por esos ojos que parecen leerme entera.
El rubor sube a mis mejillas como fuego.
Él