—Hermano, déjame secarte el sudor—dijo Cristina, queriendo ayudarlo.
Andrés la detuvo, tomando la toalla de sus manos. —Lo haré yo mismo. Además, para estas cosas llama a la servidumbre la próxima vez. Tú deberías descansar más.
—Es que estoy muy aburrida y quiero hacer algo. Acabo de despertar y no quiero ser una inútil...—dijo Cristina con tristeza.
Andrés apretó los labios y dijo suavemente: —No eres inútil. Te irás adaptando poco a poco.
—¡Sí!— Asintió ella, acomodándose un mechón de pelo tras la oreja, pareciendo un ángel etéreo. —Hermano, hoy no tengo nada que hacer, ¿puedo ir a visitar tu empresa?
—¿Por qué quieres ir de repente?
—Extraño a papá. Él solía trabajar contigo y ahora que no está, quiero recorrer los lugares donde estuvo—, explicó Cristina con tristeza.
La mención del padre pareció conmover a Andrés, quien aceptó: —Iremos juntos más tarde.
—Está bien.
Al entrar a la casa, vieron a Julia en las escaleras.
Andrés le sonrió, —¿Te levantaste tan temprano?
—¿Mm?—respondió