CAPÍTULO 12
La Resaca del Desastre El amanecer se coló por el tragaluz del ático, pintando la habitación con una luz gris y perezosa. Lo primero que vi al despertar no fue a Jack, ni el techo, ni el vergonzoso trofeo de mi adolescencia. Fue la masa de pelo gris que ocupaba el centro de la cama, mirándome con ojos de oro líquido. El gato de la abuela, el muro de contención. El guardián de mi virtud yacía dormido. Me estiré con un gruñido. Anoche, la tensión había sido tan palpable que parecía que podía masticarla, lo que pasó entre Jack y yo todavía se sentía en mi piel. Luego de un segundo el gato me siguió estirándose. — ¡Qué irritante eres! – bufé —Si no fueras tan lindo y esponjoso habría seguido el consejo de la abuela y te habría lanzado por la ventana. — La verdad no. No lo habría hecho. Amo a los gatos, a pesar de tu arrogancia, eres divino – dije, y le aca