42. La confusión

Así se despidieron. Hermes iba en el asiento trasero del coche, mientras Werner conducía y su celular timbró.

—Hola, Hermes —dijo primero una voz femenina al otro lado del móvil, era Marianne Mars—. ¿Estás de negocios en tu país natal, cierto?

—Sí, Marianne. ¿Hay algo que necesites?

—Oh, no me avisaste. Una amiga se casará pronto en esa ciudad y debía viajar a esa ciudad. ¿Puedes recogerme en el aeropuerto? —preguntó Marianne con voz seductora.

—Por supuesto —respondió Hermes sin demora y es que Marianne se había vuelto una buena amiga—. ¿A qué hora llegas?

—Estaré viajando en la tarde, llegaría a eso de las cuatro.

—Ten por seguro que estaré para recogerte.

—Gracias. Espero para verte de nuevo, Hermes —dijo Marianne—. Hasta la tarde.

Hermes se despidió y guardó su celular en su bolsillo. Sus pensamientos estuvieron ocupados, recordando el reciente encuentro con Hariella. Ella se mantenía joven y bella; tan preciosa como el último día en que la vio. Además, sintió la misma emoción que
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