Sofía y su grupo de amigas se quedaron observando cómo Herseis se alejaba, resguardada por los escoltas que, con pasos firmes y en formación, la escoltaban hacia la salida de la tienda. La imagen de Herseis, tan segura de sí misma, irradiando esa elegancia y aplomo que antes parecía imposible en ella, dejó a las mujeres en silencio por unos segundos, procesando lo que acababan de presenciar. La transformación era innegable. ¿Cómo había pasado de ser una mujer decaída, mal vestida, triste, infértil y seca a esta figura luminosa, ilustre, elegante y activa? Aquella vez solo había visto oscuridad y pesadumbre en ella, como un desierto lúgubre, incapaz de dar fruto. Ahora, por el contrario, se había convertido en un maravilloso jardín lleno de flores, animales, luz y vida. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Estaba asombrada y embelesada por el cambio tan drástico que Herseis había tenido.Sofía frunció el ceño, incómoda con la sensación de estar viendo algo que no entendía. La He
Al final de la reunión, cuando Herseis se despidió, las mujeres quedaron sumidas en un mar de especulaciones. Pero mientras ellas murmuraban entre sí, Herseis salió con la misma confianza con la que había llegado, sabiendo que su vida ahora pertenecía a un mundo mucho más alto del que ellas podían imaginar.Mientras los autos avanzaban por la carretera hacia la casa de sus padres, Herseis miraba por la ventana, sumida en una mezcla de nostalgia y tranquilidad. El paisaje que se extendía a su alrededor le era familiar, pero lo veía de una manera distinta. Todo parecía haber cambiado desde la última vez que había visitado a su familia. Ella había cambiado. Ya no era la misma mujer que solía llegar allí con una carga emocional y un vacío en el pecho. Ahora, llevaba consigo no solo la experiencia de un nuevo matrimonio, sino también una vida en su interior. Su vientre, aunque aún no tan pronunciado, le recordaba constantemente que su realidad había dado un giro inesperado y hermoso.Se de
El comedor de la familia Whitmore brillaba con la elegancia característica de su linaje. La vajilla de porcelana fina descansaba sobre un mantel de lino blanco, mientras que el suave murmullo de conversaciones se mezclaba con el tintineo de cubiertos sobre los platos. La luz del sol que entraba por las amplias ventanas iluminaba la sala, pero parecía que la atmósfera se había tensado con la noticia que circulaba por los labios de los presentes.La conversación comenzó con un comentario casual, apenas un rumor, pero bastó para captar la atención de todos los presentes.—¿Qué es lo que tanto comentan? —preguntó el señor Whitmore, un hombre de apariencia severa y modales impecables, que observaba el intercambio con una mezcla de curiosidad y desdén.—Se tenía entendido que Herseis era estéril. Pero se corre el rumor de que está embarazada —respondió la señora Grey, con su voz delicada, pero cargada de un dejo de asombro.El nombre de Herseis hizo que todos los ojos se volvieran hacia ell
Eleanor averiguó sobre el club del té. Abordó a Sofía para inscribirse. Su único propósito era ver y menospreciar a esa insípida mujer. Ahora se creía la gran cosa por ser gerente y por estar embarazada. Caminaba con la cabeza en alto, el porte altivo de siempre y la mirada calculadora que la caracterizaba. Aunque su ingreso al club del té fue planificado con meses de anticipación, su objetivo era simple y personal: enfrentarse a esa mujer insípida que, contra todos los pronósticos, se había atrevido a surgir en su ausencia. Herseis. Eleanor no podía evitar sentir desprecio por ella. ¿Gente? ¿Embarazada? Era ridículo pensar que esa mujer, a la que había dejado en ruinas, ahora se paseaba como si fuera la reina de la sociedad.El club del té de Sofía era conocido por ser un círculo selecto de mujeres de élite, donde solo se permitía el acceso a las damas con cierto linaje o relevancia en la sociedad. Eleanor siempre había sido consciente de su posición, pero ahora tenía una misión en m
Herseis miraba a Eleanor con una calma deliberada, cada palabra de la ingeniera era una pequeña daga envenenada, lanzada con destreza para provocar. Eleanor siempre había sido astuta, y su propósito era claro desde el momento en que había puesto un pastel en el salón de té. Pero Herseis no se dejaría afectar. Los años de sufrimiento, las luchas y la metamorfosis que había vivido la habían preparado para este tipo de confrontaciones. Eleanor podía intentar socavarla con sus insinuaciones y su frialdad, pero ya no tenía poder sobre ella.—¿Y esos escoltas, Herseis? Acaso, ¿tu marido es un criminal, mafioso o algo por el estilo? —preguntó Eleanor de manera altiva con semblante sagaz—. Tu esposo me causa curiosidad.Ella buscaba molestarla. Pero Herseis no reaccionó de inmediato. Sabía que cada respuesta debía ser cuidadosamente medida. Cualquier señal de nerviosismo, cualquier titubeo, y Eleanor lo explotaría sin dudar. Entonces, con una sonrisa serena, respondió.—Él es el hombre más bu
Helios Darner admiraba su oficina con una mezcla de satisfacción y pragmatismo. La luz natural que entraba por los amplios ventanales iluminaba las mesas, donde una serie de informes financieros, contratos y gráficos económicos aguardaban su atención. El ruido sordo de la ciudad quedaba amortiguado por las gruesas paredes del edificio, lo que generaba una atmósfera de calma productiva.A su lado, Henry Drake, su amigo y asesor personal, revisaba algunos documentos, evaluando con ojo experto cada cifra, cada proyección. Aunque Henry era un hombre con su propia empresa en Inglaterra, su implicación en el conglomerado bancario de Helios había sido valiosa. Su perspectiva europea le daba un ángulo distinto sobre las decisiones estratégicas, y Helios valoraba profundamente su juicio. Lo había mandado a llamar en ausencia de su secretario Evans Blake, que había decidido tener vacaciones.—¿Por qué me presentaste a esa mujer? —preguntó Henry, rompiendo el silencio sin levantar la vista de lo
Helios regresó al penthouse como lo hacía siempre después de un largo día de trabajo. A pesar de las complejidades que envolvían su vida profesional, cuando cruzaba el umbral de su hogar, el ambiente cambiaba. La atmósfera era cálida, reconfortante, y todo eso se debía a la presencia de Herseis. El bullicio de la ciudad y los intrincados juegos de poder del mundo financiero quedaban atrás, siendo reemplazados por una calma que solo ella le proporcionaba.Llevaba en la mano un pequeño chocolate, algo que había convertido en una costumbre diaria. No era una gran ofrenda, pero era un gesto cargado de afecto. Una manera sencilla de recordarle a Herseis que pensaba en ella, incluso en los momentos más triviales de su día. Al entrar en la sala, la vio sentada en el sofá, con una apariencia de serenidad que lo calmó de inmediato. Su vientre prominente, señal del hijo que esperaban juntos, era una visión que siempre le provocaba una mezcla de asombro y felicidad.Se acercó sin hacer ruido, in
Herseis caminaba por el amplio vestíbulo del banco Leona con la gracia y la seguridad de una mujer que sabía quién era y cuál era su lugar en el mundo. La luz que entraba por los ventanales altos iluminaba su figura mientras se movía con elegancia entre los empleados que, desde hacía tiempo, habían aprendido a respetarla no solo como su jefa, sino como una persona que sabía liderar con empatía y firmeza. Había trabajado mucho para llegar hasta donde estaba, y cada paso que daba en su puesto como gerente era el fruto de años de esfuerzo y superación personal.Sin embargo, ahora había algo más que marcaba sus días, algo que había intentado mantener en secreto durante las primeras semanas pero que ya no podía ocultar más: su embarazo. Aunque su atuendo profesional, cuidadosamente elegido cada día, trataba de disimular su vientre creciente, sus empleados ya habían empezado a notar los pequeños cambios en su figura. Las miradas de curiosidad y las sonrisas tímidas empezaban a volverse más