Bianca
Nicola, Valentina y Shadow ya se habían ido, dejándonos a Lorenzo y a mí en la cabaña que de repente parecía demasiado grande y vacía.
Me senté en una de las sillas junto a la ventana, abrazando mis rodillas mientras miraba hacia afuera.
Mi mente vagaba lejos de aquí, atrapada en los recuerdos de mi padre; la sangre brotando de su cabeza, de las manos de Alessandro sobre su arma. La furia y la tristeza me invadían, pero entre esos sentimientos surgía algo más: una determinación que nunca antes había sentido.
Lorenzo se acercó, entregándome una taza de té, antes de apoyarse contra la mesa frente a mí. Se cruzó de brazos, su postura relajada, pero sus ojos claros estaban fijos en mí y me observaban con tal intensidad que un calor inexplicable recorrió todo mi cuerpo.
—¿Por qué yo? —preguntó, rompiendo el silencio.
Levanté la vista hacia él, y por un momento, no supe qué decir. Era una pregunta simple, pero la respuesta era complicada.
—Nicola no se separaría de Valentina para que