El chasquido del cristal contra la madera resonó en el silencio.
El vaso de jugo se le resbaló de la mano a Ethan, rompiéndose en mil pedazos en el piso de la cocina. El pequeño no reaccionó. Sus ojos adormilados se pusieron en blanco, y un temblor incontrolable recorrió su cuerpo, como una ola invisible que lo sacudía sin piedad.
El colapso llegó sin aviso. Sienna, que lo veía descansar en el sofá, corrió hacia él. No había tiempo para pensar. La fiebre se había disparado y sus labios estaban de un color pálido y azulado, y el temblor que lo sacudía era tan fuerte que le costaba sostenerlo.
Sienna no esperó. La urgencia le quemó en el pecho, su instinto de madre le gritó que cada segundo contaba. La llamada con Leo había terminado hacía minutos, y su prometido le había asegurado que se dirigía a casa, p