AMARA CORTÉS.
Nunca he tenido algo así, nadie me ha hablado de amor de esta manera tan bonita y mi corazón late a una velocidad que desconocía que podía latir. Paso los dedos por la foto y me atrapo el labio con los dientes llena de emoción.
Después de estar toda la noche mirando las fotografías sin poder dormir, a las nueve y media de la mañana las escondo debajo del colchón y espero que me traigan el desayuno como llevan haciendo desde que me encerraron aquí.
— Amara, sal a desayunar. —José abre la puerta.
— Vaya ¿Es un permiso de cuánto tiempo?
— No hagas enfadar a tu abuelo, hazme caso por una vez.
Cojo aire.
Tengo que ser amable para poder convencerlo e ir al culto hoy. Bajo las escaleras con mi tío detrás y me siento frente mi abuelo. Su mirada me fulmina y dejo de desayunar para mirarlo.
— Abuelo ¿Pasa algo?
— No, solo te estoy mirando.
— ¿Hoy vas al culto? —Pregunto haciendo que levante una ceja y responda con la cabeza— ¿Puedo ir?
— No. —Responde rotundo.— No saldrás de