67. Llévame a la recámara
Calioppe llegó a la hacienda tan pronto se enteró de que el padre de su hijo estaba enfermo.
— Por aquí, señorita, sígame, el patrón la espera — le indicó María cuando la vio llegar, mostrándole el camino hasta el jardín principal de la casa.
Ella arrugó las cejas.
— ¿No se supone que debe estar en cama? ¿Qué hace en el…? — se detuvo de súbito bajo el marco de la puerta que conectaba con el jardín.
Se llevó las manos al vientre por instinto y ahogó una exclamación. El lugar estaba perfectamente adecuado para una cena romántica. Una mesa con un mantel largo, blanco, que caía a los pies de la grama recién cortada, varios candelabros encendidos en puntos estratégicos y pétalos de rosas rojas por todos lados.
Junto a todo aquello, estaba Nicholas Dos Santos; el hombre por el cual su corazón estaba bombeando a toda máquina, de pie, con un precioso y ramo de más rosas rojas en su mano.
— Con permiso — musitó María antes de retirarse a la cocina. También deseaba ponerse al día con su te