57. Órdenes del patrón
— Kika, no digas tonterías — le dijo Calioppe con una sonrisa triste a esa muchacha que había ganado su corazón desde el primer día.
— No, seño, estoy hablando en serio, si usted se va de la hacienda, yo me voy con usted.
— Pero llevas toda tu vida viviendo aquí, además, yo no tengo a donde ir, solo pasarías penurias a mi lado.
— Pues con más razón, seño, yo no la pienso dejar sola, usted es bien buena y… yo la quiero mucho.
Nuevas lágrimas inundaron los ojos de Calioppe.
— Ay, Kika, yo también te quiero mucho — le acarició la mejilla —. ¿En serio te quieres ir conmigo?
— ¡Muy en serio, seño! — exclamó, ahora feliz — ¡Usted dígame cuando y yo empaco mis cosas, no son muchas, así que será bien rapidito!
— Ven aquí — la dijo, sonriendo, y la estrechó en sus brazos.
Terminaron de empacarlo todo, al menos lo más importante, e iban a salir cuando de pronto, al abrir la puerta, vieron a dos de los peones de la hacienda custodiando la habitación.
Calioppe y Francisca se miraron, inte