Capítulo 93. Un regalo
Por más irritado que está Benedict a veces con la serenidad de Isabella, ella nunca pierde la compostura. No discute, no se defiende. Solo guarda silencio y le ofrece paz. En los momentos en que él llega a la casa con el ceño fruncido y los hombros tensos, ella se limita a abrazarlo en la cama, deslizando sus brazos con suavidad por su torso hasta quedar acurrucada contra él, sin pedir explicaciones, sin hacer preguntas. Él la recibe sin resistencia. A la mañana siguiente, amanece de mejor humor. No lo admite en voz alta, pero todos, incluso Isabella, se dan cuenta.
Desde aquella noche oscura en la que la drogaron, no han vuelto a tener sexo. Sin embargo, la intimidad entre ellos ha florecido de otra manera. Comparten el espacio sin tensión. A veces se duchan juntos. No lo planean, simplemente sucede. Aunque nadie dice nada, en especial Isabella. No es incómodo, así que no hay razón para evitarlo. Isabella lo ayuda a enjabonar su espalda y él le seca el cabello con una toalla. Pequeño