—No pienso dejarte morir… al menos no ahora mismo —dice Benedict, apretando un poco más su agarre en el rostro de Isabella.

Su tono es tan seco como su mirada, pero hay algo más escondido detrás de sus palabras. Algo que quema más que el calor que ella siente recorriendo su espalda. El rostro de Isabella arde un poco, pero la incomodidad física general que siente es mucho peor que eso. Él está demasiado cerca. Su voz vibra en su oído. Su cuerpo, aunque no la aplasta, pesa sobre su voluntad.

—Al menos no si admites que sientes algo por mí —añade con voz baja, casi como una amenaza disfrazada de súplica. Su mirada está fija en los ojos de ella, midiendo cada una de sus reacciones.

El aire se espesa.

—¿Me amas, Isabella Murano?

Isabella queda completamente atónita. La pregunta no la sorprende tanto como la intensidad con la que es lanzada. Sabe que no puede responder. No importa lo que su corazón le grite en este momento, no puede admitir lo que está sintiendo. No cuando sabe lo que él h