Zarah se presentó al Gran Comedor esa noche. Tabar se sintió inquieto. Cuando salió a buscarla esa tarde después de ese intercambio en la oficina se encontró con la imagen de Said abrazándola. Su primera reacción fue la furia, pero pronto comprendió que no se trataba de un afecto pasional lo que compartían. Said la miraba como miraba a Munira, como un hermano preocupado. Entonces sus celos se desvanecieron y la única sensación que quedó rondando su pecho fue la culpa. Él era, otra vez, la causa del sufrimiento de su esposa.
Cuando vio entrar a Zarah entrar a través de la puerta del Gran Comedor se imaginó los reclamos velados que recibiría esa noche. Esperaba que le mostrara un abierto desprecio a través de sus acciones o sus palabras. Nada de eso pasó. La mujer hizo una respetuosa reverencia al pisar el umbral. Iba impecablemente arreglada, con un vestido de color turquesa bordado con piedras preciosas e hilos de plata que lo hizo sentir terriblemente vestido para la ocasión. Era un