Zair maldijo una y otra vez a Jessica por lo que había hecho. Podía ser su amiga, pero cruzó los límites de la decencia con eso que le hizo. Su oficina estaba destrozada y ni rastro de que Anya fue a su casa porque sus guardias no la vieron llegar. Su amigo Rafael lo veía sin ninguna expresión en su rostro, como diciéndole que eso se lo buscó él mismo por no saber manejar las cosas con las mujeres. Eso era algo que ya se salió de sus manos. Sentía un malestar horrible, demasiado malo para su gusto.
—¿Por qué diablos lo hiciste, Jessica? —Zair la agarró de los hombros—. ¿Tienes idea de lo que acabas de hacer?
—Ella merecía saber la verdad. —Su amiga se notaba segura—. Ahora lo más seguro es que esté lejos de ti. Que busque ayuda con otra persona que no seas tú.
—No me digas —farfulló—. No busques la manera de hacerme enojar. Ya mucho has hecho con esto que hiciste al decirle que tenía esos videos. ¡Y no es tu maldito problema! —gritó furioso—. ¡Ahora no sé en dónde podrá estar!
—¿Y eso