39. Sombras del incendio.
En el auto, Santiago conservó la serenidad. No dijo realmente ninguna palabra, simplemente abrió la puerta del auto para que yo subiera y, después de encender el motor, aceleró por las calles silenciosas.
Ahora, en ese momento, comenzaba realmente a entrarme el sueño. Había pasado tantas horas despierta y trabajando. Y entonces, a esas alturas, el sueño realmente comenzaba a golpearme en la cabeza. Estaba con la mejilla recostada sobre el cristal cuando Santiago se aclaró la garganta. Iba a iniciar la conversación.
Entonces me enderecé en el asiento para escucharlo, apretando con fuerza la botella de agua que tenía en las manos, mientras las mías comenzaban a sudar.
— Hay algo que me ha tenido pensativo durante estos días — dijo, sin apartar la mirada de la carretera.
Me pareció que conducía con cierta lentitud, seguramente para que la conversación fuera más larga de lo que el trayecto nos lo permitiera. Detrás de nosotros, el auto con los guardaespaldas de Máximo nos seguía, y yo m