12. Mentiras.
Valeria me empujó con fuerza hacia el interior del ascensor.
En el instante en que mi espalda chocó contra el cristal del fondo, estallé en carcajadas.
—¿De qué te ríes? —gritó, con una expresión de incredulidad, y se preparó para lanzarse hacia mí con la otra mano.
Desvié su muñeca con agilidad y, en un movimiento rápido, la presioné contra la pared del ascensor.
—Después de seis años, sigues solo sabiendo arañar caras? —le dije con un resoplido frío, aumentando la presión con mis dedos.
—¡Suelta me! ¡Perra!
—Ya tenía ganas de encontrarte —la solté y me arreglé el cuello de la blusa, arrugado por su agarre—. La empresa de tu marido está a punto de hundirse, y ahora solo yo puedo salvarla.
Su rostro se enrojeció al instante.
Recogió la caja de comida del suelo y me la lanzó.
—¡Perra! Si no hubieras sido tú entonces...
—¿Creías que hubieras podido casarte con Santiago sin mí? —la interrumpí.
Justo en ese momento, una mano apareció de fuera del ascensor, agarró firmemente la muñeca de