Marie lo miró con un brillo de dolor en los ojos.—No me aproveché de nada —respondió con la voz baja, pero firme—. Usted estaba ebrio, sí. Pero yo no soy una oportunista, señor Callahan. No lo he sido nunca.—No me contestaste —insistió él, acercándose—. ¿Está enamorada de mí?Ella apretó los labios.—Eso no importa.—¿No? —dio otro paso. Sus cuerpos casi se tocaban—. Porque si lo estás… hiciste un buen trabajo escondiéndolo. Aunque no tanto, al final fuiste corriendo a contarle a April, para separarme de ella. —¡Porque ella es mi amiga! —explotó Marie, dando un paso atrás—. ¡Porque la quiero! Y porque yo… yo fui la que tuvo el valor de decírselo. Usted ni siquiera fue capaz de hablarle con la verdad.Nathan la miró. La rabia le hervía por dentro. Pero no era odio. Era frustración. Deseo contenido. Dolor mal procesado.—Te confundí con ella —murmuró, sin moverse—. Tú y esa noche maldita. Y ahora no puedo sacarte de mi cabeza.Marie sintió que el corazón le retumbaba con fuerza cuan
Logan se volvió bruscamente, con los ojos muy abiertos.—¿Qué…?—Me mintió —continuó ella, con la voz quebrada—. Me hizo creer que esos niños no llevaban tu sangre. Me manipuló. Y entonces planeó hacerle daño a April… a través de uno de los niños.Logan intentó incorporarse.—¿Qué dijiste?—Quería lastimarlos, Logan. Me lo dijo con esa lengua venenosa. Y cuando vi a Dylan… lo supe. Lo vi. Ese niño es tu reflejo. Megan te odia. Y a ellos más aún.Logan ya estaba retirando las mantas. Cada movimiento era un castigo, cada respiración un filo en las costillas.—No puedes levantarte —exclamó Margaret, acercándose—. Estás grave, por favor…—No me importa —gruñó él, con la rabia quemándole los ojos—. ¡Si Megan les pone una mano encima, la mato!Los enfermeros entraron al escuchar el alboroto, pero Logan ya había bajado de la cama. Tambaleante, sudando frío, aferrado al borde de la pared.—Señor Montgomery, no puede salir en este estado —advirtió uno.—¡Me voy bajo mi responsabilidad! —rugió
La casa estaba en silencio cuando April empujó con cuidado la puerta de su habitación. A un lado, Logan se apoyaba en su hombro, arrastrando los pies, pálido y con la respiración pesada. Ella lo guiaba con delicadeza, sintiendo el calor de su cuerpo a través de la bata del hospital. Una parte de ella quería recriminarle por lo que había hecho, por poner en riesgo su vida. Pero otra… otra solo quería asegurarse de que estuviera bien.—Ya casi —murmuró, quitando con el pie una manta que estorbaba en el camino.Logan no dijo nada. Pero sus ojos se mantenían fijos en ella, como si grabara cada movimiento, cada gesto suyo.Al llegar a la cama, April lo ayudó a sentarse. Acomodó las almohadas, estiró las sábanas. Él se dejó caer con un quejido bajo, cerrando los ojos.—Gracias —susurró, con la voz rasposa—. Extrañaba tus cuidados, estar a tu lado… me has hecho mucha falta. Ella no respondió. Solo se inclinó para acomodarle mejor la espalda y cubrirle los pies. Logan entreabrió los ojos, ap
La mañana amaneció tibia, con olor a café recién hecho y risas sueltas que parecían llenar todos los rincones del apartamento.April, aún en pijama, revolvía una olla con avena sobre la estufa. Su cabello recogido en un moño rápido, la mirada atenta a los niños que se movían por la cocina como pequeños tornados. Sienna colocaba servilletas de papel con la precisión de una artista, Dylan contaba cucharas con expresión concentrada, y Ethan intentaba alcanzar los vasos desde la repisa, tirando dos en el proceso. Solo uno cayó al suelo.—Pusiste una de más —dijo Dylan, sin alzar la vista—. Somos cinco, no seis.—Es por si alguien quiere repetir —respondió Ethan, con aire de triunfo.—¿Y quién va a repetir cuchara, genio? —masculló Dylan, cruzando los brazos.April alzó una ceja y negó con la cabeza, conteniendo la risa.Y entonces lo escuchó. El roce suave de los pasos en el pasillo. Lentos. Casi reverentes.Logan apareció en el umbral de la cocina. Aún tenía el rostro pálido, los moreton
El reloj en la pared marcaba las diez y media cuando Logan, aún con la manta sobre las piernas y las ojeras de varios días de hospital reflejadas en el rostro, levantó la vista y se encontró con tres pares de ojos mirándolo fijamente desde el sofá contiguo.Sienna, con su conejo de peluche abrazado al pecho. Ethan, con las rodillas dobladas sobre el asiento y un lápiz en la mano, como si planeara algo. Dylan, con una libreta sobre las piernas, observando como si fuera un pequeño juez silencioso.—¿Por qué nos dejaste? —preguntó Ethan, sin rodeos, con esa brutal honestidad que solo los niños pueden tener.Logan parpadeó, tragando saliva. Era demasiado temprano para preguntas con peso de plomo.—No los dejé, campeón. No sabía que existían —respondió, con voz suave.—Pero ahora sí sabes —añadió Dylan, sin levantar la vista de su libreta—. ¿Y vas a quedarte?Sienna se inclinó hacia adelante, su vocecita apenas un susurro.—¿Y si te vuelves a ir? ¿Nos vas a extrañar?Logan sintió cómo el p
La sala del apartamento se convirtió en una zona de guerra de bloques de colores. Logan, sentado en una alfombra extendida frente al sofá, observaba con una sonrisa cómo Ethan y Dylan discutían apasionadamente sobre si un castillo debía tener foso o puente levadizo. Sienna, con su conejo de peluche apoyado sobre una torre tambaleante, aplaudía cada avance con entusiasmo.—Papá, esto se va a caer si Dylan sigue poniendo piezas sin preguntar —protestó Ethan, con el ceño fruncido.—No se va a caer. Lo reforcé con una base de tres niveles —respondió Dylan, con seriedad de ingeniero en miniatura.Logan, aún algo pálido pero visiblemente más animado, soltó una carcajada que le provocó un gesto de dolor.—Ustedes dos son como arquitectos en guerra. —Se inclinó hacia Sienna y susurró—. Menos mal que tú y el conejo somos la parte diplomática de este equipo.Sienna rió, cubriéndose la boca con las manos.—Mi conejo dice que los niños gritan mucho —comentó, con aire solemne.April, sentada en la
La sala de reuniones estaba cargada de una tensión sorda. El reloj marcaba las diez en punto cuando el delegado de Al-Fayed llegó, escoltado por su asistente y cargando una carpeta con el sello oficial del consorcio.Nathan Callahan ya estaba allí, con la mirada clavada en la ventana, las manos en los bolsillos y el gesto endurecido por días de insomnio y rencores mal digeridos. Axel Montgomery revisaba unos documentos con aire impaciente, sin sentarse, como si su cuerpo supiera que lo que venía no sería fácil de tragar.—Buenos días —saludó el delegado, colocando la carpeta sobre la mesa.—Vamos al grano —dijo Nathan, sin rodeos.El delegado asintió, tomó asiento y abrió el informe.—Tras el peritaje estructural independiente, se ha determinado que el colapso del ala este no fue producto de una falla en el diseño arquitectónico ni de un error de los obreros. La conclusión es clara: hubo una supervisión administrativa deficiente.—¿Y eso que implica? —preguntó Axel, sin perder la comp
La tarde caía con una tibieza extraña. April terminaba de lavar unas tazas en la cocina mientras Logan, aún adolorido, hojeaba un cuaderno de dibujos de los niños.Los pequeños se habían ido a dormir. La paz doméstica, frágil como una burbuja, se rompió en cuanto alguien golpeó la puerta con urgencia.April fue la primera en abrir. Axel Montgomery estaba del otro lado, con la frente sudada y una expresión que no auguraba buenas noticias.—¿Qué pasó? —preguntó ella al instante, sin darle tiempo a entrar.—Necesito hablar con los dos —dijo él, entrando ya sin esperar permiso. Tenía un sobre en la mano, arrugado por la fuerza con la que lo sujetaba.Logan, al oír la voz de su hermano, se puso de, caminó lento se apoyó en el marco de la pared.—¿Qué diablos es eso?Axel respiró hondo. Su mirada iba de uno a otro. Luego levantó el sobre.—El informe pericial del derrumbe.April se tensó. Las manos le temblaron sin que pudiera evitarlo.—¿Y… qué dice?—Te culpan a ti —soltó Axel sin rodeos