El hospital olía a desinfectante. Marie y Nathan entraron con paso rápido, pero contenido, como si el edificio mismo les impusiera respeto.

Al fondo del pasillo, sobre uno de los incómodos asientos de vinilo, Axel Montgomery estaba inclinado hacia adelante, los codos apoyados en las rodillas, la cabeza tambaleándose. Llevaba el mismo suéter de la noche anterior y una expresión de agotamiento total en el rostro. Apenas levantó la vista cuando los vio acercarse.

Marie fue la primera en hablar, suave, casi como si temiera romperlo.

—Axel… ve a descansar. De verdad. Nosotros nos quedamos con April.

Él parpadeó, tardando un segundo en registrar la frase.

—No quiero dejarla sola… Logan…

—No va a estar sola —intervino Nathan, con voz firme, aunque igual de tensa—. Estamos aquí.

Axel los miró un momento más, y luego asintió con resignación. Se levantó despacio, estirando el cuerpo adolorido.

—¿Se puede verla? —preguntó Nathan.

—Solo desde el cristal —respondió Axel—. Y eso si el médico lo aut