El reloj marcaba la una y cuarto de la tarde. El apartamento olía a arroz recién hecho, pollo al horno y verduras salteadas. Maddy terminaba de colocar los cubiertos en la mesa del comedor mientras Logan intentaba, una vez más, que Ethan se sentara sin protestar.

—¡No quiero brócoli! —se quejaba el niño, frunciendo la nariz.

—Mamá dice que si no como verduras, mi panza se llena de bichos —comentó Dylan con toda seriedad, mirando su plato con resignación.

—¡Mentira! Mamá no dice eso —saltó Sienna, con los brazos cruzados—. Dice que si comemos colores, crecemos fuertes.

Logan se apoyó en el respaldo de la silla, pasándose una mano por la cara.

—Dios mío… ustedes son un ejército en miniatura.

—¡Papá, no digas "Dios mío"! —reclamó Sienna—. Mamá dice que eso es solo cuando pasa algo muy serio.

—Bueno, esto lo es —susurró Logan, sonriendo a medias mientras se acercaba para ayudar a Ethan con la servilleta.

Maddy apareció con una jarra de jugo y le dirigió una mirada de solidaridad silencios