Me quedé mirando a Henry, sin saber qué decir. Las palabras se agolpaban en mi garganta, empujaban para salir, pero ninguna lograba pasar. Había demasiadas emociones atascadas entre nosotros: el pasado, las promesas no dichas, los silencios que se convirtieron en muros.
Sus ojos no me soltaban. Había en ellos algo más que sorpresa. Había dolor. Un brillo melancólico que me caló los huesos.
—Sí… —murmuré al fin, apenas audible—. Sí, me casé con Eliot.
Vi cómo su mandíbula se tensaba ligeramente. Un parpadeo lento lo delató. Como si acabara de tragar una verdad amarga.
Di un paso hacia él. Sentí que le debía al menos una explicación. Algo. Lo mínimo.
—Tuve que hacerlo, Henry —dije, obligándome a mantener la voz firme, aunque me temblaba por dentro—. Fue lo mejor. Para mí.
Él no respondió de inmediato. Solo me miró, largo y tendido, como si intentara memorizar mi rostro una última vez. Como si quisiera buscar entre mis facciones a la mujer que conoció, la que tal vez, en algún rincón d