Lucia no dejaba de mirar la hora y el teléfono, esperaba que Enrique le escribiera, pues no tenía como irse, no acordó con él como hacerlo, no tenía dinero, no sabía pedir un taxi y no conocía las rutas de la ciudad, se odió por torpe y pensó como último recurso llamar a su padre.
Experimentó el nerviosismo de no saber qué hacer cuando llegara la hora de salida. Se sintió torpe y desvalida y no era más que su culpa por no comportarse como una adulta funcional, entonces sonó su teléfono, era Enrique.
—Paso por ti en quince minutos —dijo.
—Perfecto, gracias —respondió aliviada y feliz de que su problema se solucionara. Él no la dejaría allí después de todo, era como su pequeño proyecto y seguramente querría verificar con ella como le fue en el día.
Se preparó para esperarlo y cuando fue la hora le llegó un mensaje donde le indicaba que estaba afuera esperándola. Ella se subió al auto y cuando sus miradas se encontraron supo que aún él parecía preocupado por algo.
—¿Cómo te fue? —preguntó