La mañana siguiente amaneció nublada, como si el cielo supiera que todo se había quedado suspendido en el aire la noche anterior. Me desperté antes que Cassian. Lo observé dormir por unos minutos, con el rostro aún tenso incluso en el descanso. Como si no pudiera dejar de sostener el mundo, ni siquiera mientras soñaba.
Me levanté en silencio, preparé café y me refugié en el pequeño balcón que daba al este. La ciudad aún bostezaba bajo la niebla. Tomé un sorbo largo y sentí el calor del café colarse entre las grietas de la ansiedad.
¿Realmente estaba lista? Para un “sí” definitivo. Para una promesa que no podía romperse como la anterior.
Escuché pasos suaves detrás de mí. Cassian apareció en la puerta del balcón con el cabello revuelto y una taza en la mano. Me sonrió con timidez, esa que sólo le veía cuando se quitaba la armadura de CEO.
—¿Puedo sentarme contigo o necesitas espacio? —preguntó, aún con voz ronca.
—Ven —dije, haciendo un gesto para que se sentara a mi lado.
Lo hizo en s