Tres semanas después de que Mike se fue, Stella recibió un aviso formal. Debía presentarse a declarar ante un juez, y le informaron que Mike estaría presente con su familia. Al leer el mensaje, una mezcla de emociones la invadió: la ansiedad de enfrentarse a él, el dolor de recordar todo lo que habían compartido y perdido, y una pizca de emoción nerviosa ante la idea de verlo de nuevo, aunque fuera en esas circunstancias.

Su respiración se volvió irregular y, de repente, las náuseas volvieron con más fuerza que nunca. Sintió una incomodidad creciente en el estómago y tuvo que apoyarse en el borde de una mesa para no tambalearse.

—¿Otra vez, Stella? —preguntó Verónica, mirándola con preocupación al ver cómo el rostro de su amiga se tornaba pálido.

—Sí… debe ser por los nervios de todo esto —respondió Stella, tratando de sonreír, aunque el malestar no cedía.

Verónica cruzó los brazos, observándola con escepticismo.

—Llevas días con esos síntomas, Stella. Esto no parece solo por los nerv