Gabriela permaneció inmóvil en su escritorio tras enviar el último mensaje: confirmaciones al departamento legal, una breve nota al auditor, la lista de ángulos de las cámaras de seguridad. La oficina vibraba con la euforia de una pequeña victoria; la ciudad exterior era el murmullo constante e indiferente que siempre había usado como ruido de fondo. Sin embargo, en su interior sentía un latido extraño e indefinible.
¿Por qué de repente le costaba tanto seguir el plan que se había trazado?, pensó, la pregunta clavándosele como una astilla bajo la piel. Sentía el plan en los huesos: el mapa frío y eficiente que Juan le había enseñado, cada detalle y punto de apoyo preciso y practicado; y aun así, le temblaban las manos por razones que no podía definir.
Repasó las escenas del día como quien aprende un idioma extranjero: el escupitajo de Rosa, los rostros de sorpresa de los administradores, la intervención serena de Leonardo. Eran motivos para endurecerse. Eran motivos para actuar con ma