~ Narra Evanya ~
Corrí sin mirar atrás, sintiendo cómo el corazón me golpeaba el pecho con tanta fuerza que apenas podía respirar. Doblé por un pasillo estrecho y me oculté tras una puerta entreabierta que daba a una zona de mantenimiento.
El aire olía a combustible y metal, tan fuerte que me quemó la garganta, pero no me moví. Me pegué a la pared, conteniendo el aliento mientras los pasos de los hombres retumbaban cada vez más cerca. Podía oírlos gritar mi nombre, su furia llenando el pasillo como una amenaza viva. Cerré los ojos con fuerza, rogando que no me descubrieran. Entonces, el ruido se fue apagando poco a poco, hasta que solo quedó el silencio… y el temblor de mis manos al comprender que, por un momento, había conseguido burlar al mismísimo Alistair Ferraro.
Cuando supe que había perdido de vista a aquellos hombres, salí del lugar donde me ocultaba y crucé una puerta alterna que conducía directamente hacia la salida del aeropuerto. El aire frío del exterior me golpeó el rostro, devolviéndome a la realidad: debía olvidarme de Alemania y de todo el plan que había trazado con tanto cuidado. Mi única opción ahora era huir de inmediato de Nápoles y dirigirme hacia Florencia.
***
No sé cuánto tiempo caminé, quizás horas. El cansancio me pesaba en cada paso, y el sudor me empapaba la ropa. Miraba a mi alrededor con el corazón en un puño, temiendo que, en cualquier momento, alguno de los hombres de Alistair apareciera de improviso entre la multitud.
Tuve la tentación de llamar otra vez a Tiffany, pero no podía hacerlo. Ella ya se había arriesgado demasiado por mi causa, y no soportaría la idea de ponerla en peligro nuevamente.
Hubo un instante en que sentí que no podía más. Pensé en rendirme, en aceptar esa boda impuesta y acabar con esta persecución absurda. Por un momento, creí que mi huida había sido una mala idea desde el principio. Las lágrimas me ardían en los ojos, pero me negué a dejarlas caer. Ya estaba demasiado involucrada, demasiado lejos para volver atrás.
Ahora solo debía concentrarme en una cosa: encontrar un lugar donde pasar la noche, un refugio temporal hasta poder tomar un autobús hacia Florencia. Solo necesitaba eso… un poco de tiempo antes de que Alistair me encontrara otra vez.
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~ Narra Alistair ~
Golpeé el vaso contra la mesa hasta partirlo en astillas; el crujido del cristal me pareció el sonido perfecto para acompañar mi rabia.
¿Cómo habían fallado? ¿Cómo esa chica se había convertido en una molestia ?—¿ Cómo había logrado escabullirse de entre las manos de mis hombres? La impotencia me recorrió como un veneno caliente; caminé de un extremo a otro de mi despacho sin rumbo, la sangre en mis dedos recordándome que no tolero errores.
La risa de Cezzaro —una nota aguda, burlona— rebotó en las paredes y prendió la mecha de mi furia. Lo enfrenté con la mirada.
—¿Qué te resulta gracioso, primo? —le pregunté, seco.
Él sonrió con demasiada calma. —Admítelo, Alistair: no imaginaste que Sabrina iba a convertirse en un problema. —Su tono era de quien disfruta ver cómo la presa enredaba al cazador.
—No estoy para tus chistes malos, Cezzaro —respondí, cortante—. Ya verás: la atraparé y la haré pagar.
Él se rio con sorna. —¿No piensas pegarle un tiro? —preguntó, divertido. Me quedé en silencio un segundo, procesando la idea.
Un peso húmedo me llenó el pecho y, por un instante, las paredes del despacho se cerraron como si fueran de cristal. Vi la cara de mi madre, su voz temblando mientras me imploraba que no dejara que la rabia me definiera. La idea de apretar el gatillo me revolvía el estómago: sabía que no era ese hombre cruel que solo mataba por matar. Sentí vergüenza, una vergüenza sorda que no quería admitir, porque incluso en mi cólera había algo que aún podía quebrarse dentro de mí.
—No —dije finalmente—. Tengo formas más divertidas de hacerla pagar. La quebraré hasta que se someta.
Cezzaro soltó una carcajada que retumbó en las paredes del despacho. —¿Quebrarla? ¿Eso es una broma? La chica se escapó, te desafió y aún así crees que será una ovejita mansa que obedecerá tus órdenes. Mejor cancela la boda si no quieres que esos rumores—que tu prometida se fugó— crezcan. La pospusimos para pasado mañana; dudo mucho que la encuentres a tiempo.
—La boda no se cancela —repliqué, con voz fría—. Pasado mañana se llevará a cabo tal y como estaba previsto. Encontraré a Sabrina aunque tenga que levantar cada piedra de Italia. Y haré callar a los que murmuran.
En ese momento Juan entró con el teléfono en la mano. Mi mirada se clavó en él como un ultimátum. —Más te vale traer noticias del paradero de esa niña, Juan. Hace dos días que esa chica se escapó del aeropuerto. No quisiera tener que hacer pagar a todos ustedes por esto.
Juan tragó saliva, con la cara pálida, y habló: —De hecho… ya la hemos localizado. Se está ocultando en una taberna cerca del aeropuerto.
Ni siquiera esperé a que terminara. Tomé la chaqueta y me la eché a la espalda en un movimiento seco. —Esta vez no habrá fallos, Iría: yo mismo a buscarla. —Salí del despacho con pasos largos, dejando detrás el eco de mi promesa —¡Vamos! —ordené, con una furia helada que me ardía bajo la piel—. Esta vez, no habrá lugar donde pueda esconderse de mí.