~ Narra Alistair ~
El humo del cigarrillo se elevaba lento entre la penumbra del almacén mientras miraba la pantalla del teléfono, que aún reproducía el vídeo recién enviado.
Sonreí para mis adentros al imaginar que esa chica ya se habría enterado de que tenía a sus padres. Frente a mí, los dos temblaban, amordazados, con la mirada rota y suplicante. Había cumplido mi promesa: ahora sabría que nadie desafiaba a Alistair Ferraro sin pagar el precio.
Esa mujer, aunque quisiera negarlo, había quebrantado mi ego.
Yo, que estaba acostumbrado a tenerlo todo bajo control, a que todos bajaran la cabeza ante mí, había sido desafiado por Sabrina Moretty. Y lo peor de todo era que, después de un maldito día entero, mis hombres aún no habían dado con su paradero.
Levanté la muñeca y observé el reloj. El día se extinguía, y Sabrina seguía sin aparecer frente a mí. Su decisión estaba tomada: seguir huyendo… y dejar morir a sus padres.
Sentí cómo la paciencia se me desmoronaba. Apreté los puños con tanta fuerza que los nudillos me crujieron, intentando contener la rabia que me hervía por dentro. No estaba acostumbrado a ser el que esperaba, ni mucho menos a que una mujer me desafiara de esa forma. Aquella insolencia me quemaba bajo la piel, como una ofensa personal que no pensaba perdonar.
Una risa amarga se escapó de mis labios, aunque sabía que no era diversión, sino el orgullo herido el que hablaba por mí.
—Clayton —murmuré, con una sonrisa torcida—, debo admitir que tu hija tiene agallas. El tiempo se acaba, y al parecer ha decidido no venir a salvarlos. Ha desperdiciado la oportunidad que le di.
El muy cobarde comenzó a temblar en el taburete.
—Por favor… dénos más tiempo —sollozó—. Sabrina aparecerá, ella no nos dejaría.
La mujer junto a él se aferró a su brazo y suplicó:
—Sí, por favor, solo un poco más. Sabrina llegará y se casará con usted como estaba previsto. Ella obedecerá, lo sé.
Una risa fría se escapó de mis labios. Me incliné un poco hacia adelante, clavando la mirada en ellos.
—¿Y si los mato a los dos ahora mismo y me quito este problema de encima? —dije con calma—. Hay una fila interminable de mujeres esperando a ser elegidas. Ninguna me rechazaría; ninguna me daría los dolores de cabeza que me da su hija.
Me incorporé despacio, midiendo cada palabra. —¿Qué tiene de especial su hija para que yo deba volverme indulgente con ella? —añadí, con desprecio contenido—. Estoy siendo demasiado amable.
Por un segundo la solución fue tentadora: podría acabar con Clayton y su esposa aquí mismo y olvidarme de todo. Pero Sabrina había elegido desafiarme, y eso… eso jamás lo toleraría ni lo olvidaría.
En ese momento mi asistente irrumpió en el almacén, respirando con prisas.
—Jefe —dijo, dejando escapar el aire—, hemos encontrado algo. Ya sabemos el paradero de la chica.
Se acercó y, sin apartar la mirada de mí, continuó:
—Al parecer huyó con una amiga de la universidad, Tiffany Lan. Vimos que su amiga reservó un boleto de avión a Alemania; el vuelo sale mañana por la noche.
Juan Turner me pasó un sobre grueso. Dentro había fotos: Sabrina con un pequeño bolso en la mano, captada en distintos ángulos, todas recientes. Las coloqué sobre la mesa y las observé en silencio.
—¿Alemania? —musité, alzando una ceja—. ¿Así que planea largarse del país? Qué astuta. Pero no más de lo que yo puedo ser; no permitiré que sus planes se lleven a cabo.
—¿Qué hacemos ahora, señor? —preguntó uno de los hombres.
Mi voz se volvió dura, absoluta.—averiguen la dirección de la casa de esa amiga y tráiganme a Sabrina —ordené sin vacilar—. Y manden hombres a todos los aeropuertos: controles, salidas, privados. No dejaré que se escape.
Extendí la mano para que repitieran las instrucciones en voz alta, asegurándome de que la orden calara: sin piedad, sin excusas.
Tomé una fotografía en la que apenas se distinguía su diminuta silueta y sonreí para mis adentros.
—Huye, Sabrina, porque será muy excitante atraparte.
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~ Narra Evanya ~
Eran las cuatro de la tarde del día siguiente, la noche anterior había sido interminable. No había logrado pegar un solo ojo; el sueño me había dado la espalda, dejándome con la mente llena de imágenes y la amenaza latente de aquel hombre que quería olvidar. Por suerte, hoy dejaría Italia atrás, y con ella esta pesadilla que me había perseguido sin descanso.
Una vez llegara a Alemania, Allí pensaba quedarme en un hotel por el momento, hasta conseguir un trabajo que me permitiera alquilar una casa. No planeaba quedarme para siempre; solo necesitaba un refugio temporal, un lugar seguro hasta que pudiera regresar.
No contaba con mucho dinero, solo con lo necesario, dinero que había ahorrado trabajando medio tiempo durante las vacaciones de verano. Era para la universidad, pero ahora serviría para mi huida.
Tomé mi bolso y revisé por última vez que el pasaporte y el boleto de avión estuvieran allí. Eran lo más importante. Cuando estuve lista, salí de la habitación con el bolso en mano.
Tiffany estaba en la sala, colocándose una chaqueta.
—¿Ya estás lista? —me preguntó al verme.
Asentí sin dudar.
—Entonces vamos, no hay tiempo que perder, Evanya —dijo con determinación.
Salimos del departamento y subimos al auto. Tiffany condujo durante todo el trayecto, en silencio. Afuera, la ciudad apenas despertaba, y el cielo gris anunciaba un nuevo comienzo… o tal vez un adiós. Cada kilómetro que avanzábamos me pesaba en el pecho, como si con cada giro del volante me alejara un poco más de la vida que conocía.
Una hora después, llegamos al aeropuerto. Tiffany apagó el motor, pero no se movió de su asiento. El silencio entre nosotras se volvió espeso, difícil de romper. Finalmente, me miró y sonrió con tristeza.
—Bueno, amiga… supongo que esta es la despedida.
Tragué con fuerza y me incliné hacia ella, abrazándola con todas mis fuerzas.
—Claro que no —susurré—. Sé que nos volveremos a ver. Gracias por todo, Tiffy.
Sentí cómo las lágrimas comenzaban a deslizarse por mis mejillas. Ella me devolvió el abrazo, aunque su voz sonó firme cuando habló:
—Vete ya, Evanya, antes de que te atrapen. Y procura, por todos los medios, que no lo hagan.
Asentí, limpiándome las lágrimas. Sabía que tenía razón. Aquel hombre debía haber dado con mi paradero, y solo era cuestión de tiempo antes de que me encontrara. Pero también sabía que mientras permaneciera cerca de Tiffany, la pondría en peligro.
Así que respiré hondo, tomé el bolso y abrí la puerta del auto.
—Cuídate —susurré, antes de cerrar.
Ella solo asintió. Y sin mirar atrás, crucé las puertas del aeropuerto, con el corazón latiendo tan fuerte que apenas podía respirar.
De inmediato me coloqué en la fila de la aerolínea, sosteniendo el pasaporte entre mis manos mientras esperaba mi turno.
Una ola de nostalgia me invadió al pensar que estaba a punto de dejar mi hogar atrás, para marcharme a un lugar desconocido… todo por las malas decisiones de Clayton. Pero aparté esos pensamientos. No podía permitirme flaquear ahora. Este sería mi nuevo comienzo.
Sin embargo, justo cuando estaba a punto de avanzar, algo me hizo tensarme.
Un grupo de hombres vestidos de negro entró al aeropuerto. Caminaban con paso firme, las miradas duras, escrutando cada rincón como si buscaran a alguien.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo.
Bajé la cabeza, intentando pasar desapercibida, pero mis manos temblaban alrededor del pasaporte. Sentía que cada respiración me delataba.
Entonces, uno de ellos se detuvo.
Su mirada se cruzó con la mía, directa, precisa.
Y lo supe. Me habían encontrado.
El pánico me golpeó con fuerza. Mi corazón se desbocó y, sin pensarlo, eché a correr.
Empujé a las personas que se interponían en mi camino, escuchando el ruido de las maletas cayendo, los gritos del personal, el sonido metálico de los anuncios sobre las bocinas. Todo se volvió confuso.
—¡Atrápenla! ¡No dejen que se escape! —gritó una voz entre la multitud.
Corrí más rápido. Las piernas me ardían, el aire me cortaba la garganta, pero no me detuve.
No iba a dejar que me atraparan. No después de todo lo que había hecho para llegar hasta aquí.
El bolso se me resbaló del hombro, pero lo aferré con fuerza.
Los pasos de los hombres resonaban cada vez más cerca, como ecos oscuros detrás de mí.
—¡Deténganla! —volvieron a gritar.
No miré atrás. No podía.
Y mientras el caos me envolvía, una sola idea retumbaba en mi cabeza:
No voy a dejar que me atrapen.