Capítulo 6- Amenaza

~ Narra Evanya ~

Cuando le conté todo a Tiffany no dudó ni un segundo en ayudarme a escapar.

Me había visto crecer, sabía quién era en realidad y no soportaba la idea de que me convirtieran en un trofeo o en una cifra más; además, en secreto ella siempre fue la única que me defendió cuando nadie más lo hacía. Por eso, cuando le pedí ayuda, su instinto fue protegerme antes que preguntarse si era peligroso.

Ahora estaba en su departamento, dando vueltas de un lado a otro. Era un manojo de nervios; el corazón me golpeaba el pecho como si quisiera escaparse. Sabía que, para ese momento, ese mafioso ya se habría enterado de mi huida y que lo habría dejado plantado. Seguramente había enviado a sus hombres a buscarme. Solo era cuestión de tiempo… cuestión de minutos, quizá, para que me encontraran.

Miraba por la ventana, tratando de asegurarme de que nadie me seguía. Cada ruido del viento me hacía sobresaltar, convencida por un segundo de que me habían localizado. Pero no: solo era mi mente jugándome malas pasadas. Ya empezaba a sentirme paranoica.

No sabía cuántas veces había pensado en regresar y enfrentar mi destino, pero era tarde. Ya no podía dar marcha atrás. Había cruzado una línea invisible y no había retorno.

Una parte de mí se sentía culpable por huir así, sabiendo que mis padres adoptivos podrían correr peligro por mi culpa. Aunque quisiera negarlo, los amaba. Los consideraba mi familia… aunque ellos nunca me vieran realmente como parte de la suya.

Pero no podía permitir que arruinaran mi vida de esa manera.

Me pasé las manos por el rostro, intentando calmarme, pero era inútil. El miedo era un peso que me aplastaba el pecho. Solo esperaba que Clayton ya le hubiera dicho la verdad y que hubiera entregado a Sabrina como correspondía.

Aunque, en el fondo, eso no cambiaría nada. Si lo había hecho o no, igual no estaría a salvo de la furia de ese hombre. Me había puesto en el ojo del huracán desde el momento en que decidí desafiarlo y dejarlo como un tonto frente a todos.

De pronto escuché la puerta abrirse. Tiffany entró con pasos rápidos y una expresión que no supe descifrar: ¿alivio o miedo? —Eva, mira —dijo, agitando un boleto de avión entre sus manos.

Mis ojos se abrieron; una chispa de alivio me atravesó el cuerpo. —¡Tiffany, no lo puedo creer! —exclamé—. ¿Lo conseguiste?

—Sí, Evanya —respondió con una sonrisa cansada—. Para mañana en la noche estarás volando directo a Alemania, lejos de tu familia opresora.

Fruncí el ceño; el alivio se desvanecía entre mis dedos. —¿Para mañana en la noche? —repetí, incrédula. Quería irme ya, esa misma noche. No soportaba la idea de esperar.

—Sí, Evanya —dijo Tiffany con tono sereno—. No pude hacer más. Solo hay vuelos mañana en la noche. Pero tranquila, todo saldrá bien… sólo trata de respirar.

Negué con la cabeza, sintiendo el pánico subir por la garganta. —Tiffy, no puedo… ya deben estar buscándome.

Ella se acercó y me tomó de los hombros. —Tranquila. Jamás te encontrarán aquí —me aseguró, intentando calmarme.

Asentí despacio, aunque el temblor de mis manos me delataba. Intenté respirar hondo, pero el aire me sabía a miedo. Sabía que, si me desesperaba, las cosas no saldrían bien. Así que me quedé en silencio, con la mirada perdida, repitiéndome una y otra vez que solo debía resistir hasta mañana.

Solo hasta mañana… y tal vez podría empezar de nuevo.

En ese momento sonó mi teléfono y fruncí el ceño. Tiffany me había sacado el chip para evitar rastreos, pero el timbre insistente cortó el silencio; contra mi mejor juicio, lo tomé.

La pantalla mostró una notificación: un vídeo enviado desde un número desconocido. Mi mano tembló al darle play; la pantalla cobró vida y lo que vi me heló la sangre.

Clayton e Isabel estaban atados a una silla en un lugar oscuro. La luz apenas delineaba sus rostros; el miedo les carcomía la mirada y la respiración les salía entrecortada.

De repente, ese hombre apareció detrás de ellos y les apuntó a la cabeza con un arma. Era guapo —lo pensé un segundo y me avergoncé por notarlo—. Su sonrisa me heló la sangre, pero fue su voz la que me dejó sin aliento.

—Evanya , si no quieres que tus preciosos padres mueran, será mejor que aparezcas para el atardecer —dijo—. O juro que no los volverás a ver.

El teléfono se me cayó de las manos; mi cuerpo se estremeció y un ruido sordo resonó en la sala. Salté del sofá presa del pánico, agarrándome la cabeza como si pudiera detener el mundo con las manos. —¡¿Qué m****a?! —exclamé—. ¡Tiffy, los tiene! Los secuestró, él los tiene.

Tiffany se incorporó de inmediato y corrió hacia mí. Me tomó por los hombros con fuerza para que la mirara. —¡Cálmate, Evanya! —dijo, la voz alta pero controlada—. Respira. Puede que sea una amenaza para atraerte; quizá no los tenga realmente.

—¿Que no los tenga? —la interrumpí, la voz rota—. ¡Lo vi, Tiffy! Está Clayton atado.

Ella apretó los labios, intentando tragarse el miedo con dignidad. —Si realmente los tiene —murmuró—, ¿crees que volver cambiaría algo? Sus destinos ya están pactados si te entregas. Tú puedes salvarte. Ellos tomaron decisiones, se metieron con ese mafioso. Sé que duele, pero quizá esto es una trampa para obligarte a aparecer.

La verdad de sus palabras fue un puñetazo frío. Me dolió como si me hubieran golpeado en la boca del estómago. Sabía que tenía razón en parte: regresar no garantizaba nada. Aun así, la imagen de mis padres atados y la amenaza resonando en mi cabeza me perforaba el pensamiento.

Quise creer que Tiffany tenía razón, que todo era una carnada. Pero también conocía ese mundo oscuro de la mafia. No podía permitirme la debilidad de pensar que todo sería solo una amenaza.

No había rastro de Sabrina, pero el hecho de que ese hombre me llamara así solo podía significar una cosa: aún no había descubierto la verdad. Intuía que Clayton la había escondido, manteniéndola lejos de todos.

Respiré despacio, intenté calmar el temblor, y mientras el miedo me apretaba el pecho, tomé una decisión que llevaba fraguándose desde que crucé esa línea invisible: no regresaría.

Seguiría con el plan de huida. Si ese hombre pensaba que volvería, se equivocaba.

Porque esta vez, no sería su presa.

Sería su maldito error.

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