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Capítulo 5- Novio Plantado

~ Narra Alistair ~

El día de la boda llegó como una sentencia envuelta en seda. Me encontraba frente al espejo, dándome los últimos giros a la corbata, midiendo cada pliegue con la precisión de quien afila un arma. Iba a empezar una vida que no quise, pero que necesitaba como un disfraz: las apariencias calman los rumores y ordenan el tablero. Hoy se sellaba un acuerdo, no un amor.

La puerta se abrió y mi madre apareció con esa calma hecha de costumbre y ambición. —Espera, Tair —dijo con una sonrisa pulida—. Déjame ayudarte, lo estás haciendo mal. La miré fijamente. Cada gesto suyo era una mezcla de suavidad y control.

—Siempre tan dramática, mamá —susurró mientras se acercaba—. Solo quiero que todo salga bien. Hoy, por fin, te casas…No sabes lo feliz que estoy de que hayas podido dejar atrás el pasado .

La sonrisa en su rostro me dio náuseas. No por ella, sino por lo que ocultaba: la paciencia de quien ha movido piezas durante años. Fruncí el ceño y me aparté. —Basta, madre. No traigas mi pasado a este cuarto. Ya te dije: nada hará que cambie de opinión.

Ella me sostuvo la mirada con la seguridad de quien cree poseer el destino ajeno y con eso sabía lo que quería .

—Vicenzo no volverá a pisar Sicilia ni Italia jamás —le expliqué hiendo directo al grano, con la voz baja y firme—. Esa herida no se cierra con promesas.

Mi madre puso en juego el tiempo, como si cinco años fueran suficientes para borrar una afrenta. —Fue hace ocho años, hijo. Ya es tiempo de perdonar. Está arrepentido; no lo hagas tú enemigo por culpa de una mujerzuela como Chiara.

La palabra “arrepentido” rebotó en mi pecho. La traición no se mide en años; se mide en consecuencias. Reí, una risa corta que no llegó a mis ojos. —¿Arrepentido? —repuse—. ¿Crees que puedo olvidar que me clavaron un puñal donde respiraba? No me hagas reír. Que no ves que solo busca que lo deje hacer sus negocios sucios en los Balcanes y piensa que todo será como antes. Eso no pasará. Ese mercado es mío.

La calma que mantenía mi voz era más peligrosa que la furia. Cuando se pierde la cordura, cualquiera puede gritar; cuando se mantiene la cordura, se decide quién vive para contarlo. —Dile a tu hijo —continué, con la misma frialdad— que si intenta volver, le pondré una bala como adorno en la frente. Que agradezca que aún puede respirar , si le perdoné la vida , no significa que pude olvidar su traición.

Mi madre palideció, no por el acto en sí, sino por la certeza que había detrás. En nuestras líneas, las promesas rotas siempre tienen precio. Y yo pago, pero con otros medios.

Mi madre se acercó a mí, con ese aire cansado de quien prefiere la paz antes que la verdad.

—Ya cálmate, Alistair—dijo en voz baja—. No te molestes conmigo. Mejor hablemos de este asunto en otra ocasión, cuando estés más tranquilo.

Respiré hondo. De nada servía discutir con ella; nunca entendería que aquello no tenía solución. En nuestro mundo, algunas heridas solo se curan con sangre.

—Ahora, hijo, concéntrate en tu matrimonio y en nada más —continuó con una sonrisa forzada—. He oído que Evanya Moretty es una belleza. Me alegra que hayas decidido entregarle tu corazón.

Solté una risa seca, sin humor.

—Mamá, no seas ingenua. Sabes que no creo en el amor. Esto no se trata de sentimientos, sino de cobrar una deuda y Evanya es mi pago.

Su expresión cambió, pero no dije más.

—Ella solo será mi esposa de adorno —añadí con calma—. Una mujer que bajará la cabeza y estará a mis pies cuantas veces yo quiera, sin decir palabra alguna.

Mi madre guardó silencio. Quizás todavía albergaba la absurda esperanza de que las cosas pudieran ser diferentes. Pero no lo serían. Evanya no sería más que eso: mi juguete en una jaula de oro.

En ese momento la puerta se abrió y Juan Turner entró acompañado de mi primo Cerazzo. —Ya estoy listo —dije—. Vamos hacia el altar.

Me giré y, al ver los rostros fruncidos de los dos, supe que algo andaba mal.

—¿Qué diablos pasó ahora? —pregunté, la paciencia ya a punto de romperse—. ¿Sucede algo con el cargamento?

Juan negó con la cabeza inmediatamente. —No, señor, ese asunto va bien —respondió con voz cortante.

—¿Y con mi prometida? —mi ceño se marcó al decirlo.

Noté como Juan tragó saliva con dificultad.

—Se ha escapado, señor.

Por un instante, no dije nada. Sentí cómo el silencio se estiraba dentro del despacho como una cuerda a punto de romperse. No era solo la humillación lo que me carcomía, era el recuerdo maldito de aquel día en que otra mujer también me dio la espalda. La misma sensación: el vacío en el pecho, la rabia contenida que hierve hasta volverse veneno. Cerré los ojos un segundo, intentando dominarme, pero el pasado volvió a golpearme con fuerza.

No había aprendido la lección: confiar era siempre el primer error.

Mi cerebro procesó la información, una rabia demoledora me inundó los sentidos. ¡Se había escapado esa mocosa estúpida! Había tenido la osadía de humillarme, de dejarme plantado en el altar. La sangre me hirvió.

—¿Qué diablos esperan? —ordené sin pensar—. Salgan a buscarla. Encuentren a Evanya ahora y tráiganme a Clayton; juro que lo haré pagar por esta deshonra.

—Tráiganme a esa basura y a su esposa —gruñi—. A todos los de esa mansión. Todos son culpables y deben pagar.

—Primo, por favor cálmate —intervino Cerazzo, intentando poner cordura—.

—¿Cómo quieres que me calme? —le contesté, la voz cortada por el desprecio—. Me han dejado como un payaso.

No iba a tolerarlo. Quería encontrar a esa maldita niña en cada rincón de Italia. Evanya debía aceptar el destino que le fue impuesto. ¿Acaso era tan difícil firmar los papeles? Todo lo que tenía que hacer era eso: firmar y comportarse como mi jodida esposa. Yo que pensaba no ser tan duro con ella… pero esa intención se había ido al carajo en cuanto osa desafiarme.

—Cancelen la boda —mandé—. Pospónganla. No quiero que este circo manche mi nombre hoy.

Fui hasta mi escritorio y saqué del cajón mi arma y la ajusté en la cintura con movimientos automáticos; el acero frío contra la piel me devolvía la calma. Salí del despacho y todos vinieron tras de mí. Si Evanya Moretty creía que podía escapar de mí, cometía un error fatal. Pagaría por su atrevimiento.

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