Cael sintió el peso de la noche sobre sus hombros mientras caminaba hacia la cámara de madam Merrie, esa mujer enigmática que guardaba secretos ancestrales y poderes que pocos podían comprender. La soledad en la que se había sumido desde la partida de Ava se había vuelto insoportable, y ahora, después de días de insistencia, ella había aceptado ayudarlo a contactar con ella a través de los sueños.
El castillo estaba sumido en un silencio sepulcral, solo roto por el leve crepitar de las velas. El aroma de incienso y hierbas llenaba el aire, haciéndolo sentir extraño, como si estuviera a punto de cruzar un umbral hacia otro mundo.
Madam Merrie no necesitó decir palabra. Con movimientos lentos y precisos, preparó el círculo mágico en el suelo, entonando palabras antiguas que resonaban en la estancia y parecían susurrar secretos olvidados. Colocó un amuleto de plata en el centro y luego miró a Cael con ojos que reflejaban una mezcla de compasión y gravedad.
—Estás listo —dijo simplemente.