Por Alberto
Fui hasta un bar que solía ir a veces, pedí lo de siempre, que era un whisky y el catálogo de las chicas disponibles en ese momento.
Elegí a una morocha impresionante, con unas tetas que, si se caía de boca, rebotaría.
No era mi tipo, pero en ese momento decidí cambiar.
La acompañante sabía hacer su trabajo, era una profesional de las mamadas, pero no tenía la calidez y la pasión de Alice.
Su vagina no tenía estrechez y eso que mi miembro era grande.
Le pedí el culo, me dijo que cobraba más, no me importaba, el dinero no era problema.
Sí, era más estrecho que su vagina y mientras se lo hacía por el culo le agarraba sus imponentes tetas.
Pero me seguía faltando algo.
Es que ya me acostumbré a esa pasión arrolladora que sólo Alice despertaba en mí.
Ella era única.
Terminada la sesión de sexo volví un poco más tranquilo al hotel.
No me sentía infiel con mi esposa, sí pensé que Alice se brindaba tanto, de esa manera tan especial, que no se merecía que meta a una tercera en mi