Ivette Russell
Me acurruqué con mi hija en el rincón mas alejado de la habitación.
Tabatha no paraba de llorar y yo no sabía cómo controlarla.
—Busquen la llave o tiren la puerta.
Con los gritos y el ajetreo, se me hacía un poco complicado saber quien era el responsable de todo ese escándalo.
—Ya, bebé, ya… —Sequé sus lágrimas—. Todo está bien, mi amor. Mamá está aquí.
—Ma-má… —lloriqueó la infante.
—Si, mi amor. Mami está aquí, es solo un poco de ruido, princesa. No pasa nada.
—Papá…
A la mención del último, mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Papá…
¿Qué decirle a mi hija respecto a esto, si ni quiera sé si me entiende lo que le digo?
En ese tanto, la puerta se abrió de golpe y yo di un respingo. Estúpidamente sentí algo de confort al ver que el ogro que estaba detrás de la puerta era el abuelo de mi esposo y no él.
—Tú… —Me señaló con su bastón, de manera acusadora—. ¿Cómo te atreviste a embaucar a mi nieto de esa manera?
Instintivamente, mis ojos viajaron a Julius, quien se encontra