70. Fabiana

Recordé cómo empezó todo con ella. A simple vista, Fabiana no era una mujer extraordinaria. No tenía nada deslumbrante ni especial. No llamó mi atención por su físico—no era particularmente atractiva—pero proyectaba una imagen de confianza que, en el fondo, escondía una necesidad desesperada de atención.

Era de esas mujeres que no necesitan mucho para ilusionarse, que confunden una mirada con una promesa. Y yo, que siempre he sabido leer a las mujeres, vi en ella exactamente lo que necesitaba en ese momento: sumisión.

Desde el primer día, me miró con devoción. A pesar de haber sido una empleada sin mayor relevancia, se acercó a mí creyendo que merecía mi atención, o mejor dicho, dispuesta a todo por obtenerla.

Habían pasado algunas semanas desde su salida de la empresa cuando quedamos en vernos cerca de mi antiguo departamento en la bahía. Al verla llegar, me arrepentí. No creí que fuera buena idea exponerme a ser visto con ella, así que la invité a subir.

No pensé que todo ocurriría
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