La mañana de mi cumpleaños comenzó como cualquier otra. En la empresa, los saludos se sucedían con la formalidad de siempre. Nunca me había interesado celebrar ese día con demasiado entusiasmo. Pero al abrir la puerta de mi oficina, me encontré con Firenze sosteniendo a Noah en brazos.
—Feliz cumpleaños, Tony —dijo con una sonrisa tímida.
Noah extendió sus manitos hacia mí, balbuceando algo inentendible. Me acerqué y lo tomé en brazos. Su calor, su olor, todo en él era una confirmación de que, a pesar de todo, tenía algo que valía la pena en mi vida. Esas primeras semanas de llantos y amanecidas parecían un pasado lejano. Ahora mi bebé me reconocía como su padre, disfrutaba estar en mis brazos y, aunque el apego con su mamá era entendiblemente mayor, sabía que él y yo seríamos los mejores compañeros.
Los empleados comenzaron a acercarse al vernos. No me gustaba exponer mi vida personal en la empresa, pero mi ego paternal se apoderó del momento.
—Señores, les presento a Noah —dije con s