Aunque escogimos el destino juntos, Grace se encargó de organizar cada detalle del viaje con un entusiasmo contagiante. Su emoción era genuina, y verla tan comprometida con esta escapada me hacía sentir renovado. Quizá, después de todo, ambos necesitábamos una pausa. La rutina había comenzado a devorarnos, y esta era una oportunidad para recuperar esa chispa inicial que nos hacía inseparables.
En los primeros meses, nuestras noches eran un juego constante de exploración y deseo. Nuestros cuerpos parecían dos imanes, incapaces de mantenerse alejados. Habíamos recorrido cada rincón de la casa, desde el comedor hasta la ducha. Grace no tenía reparos en probar cosas nuevas: juegos de roles, lencería atrevida y hasta juguetes que llevaban nuestro placer al límite. Pero con el tiempo, esa fogosidad había comenzado a menguar, y yo no sabía cuándo ni por qué había ocurrido.
—Tony, estoy segura de que este viaje será inolvidable.
—Lo sé, amor. Sé cuánto te esforzaste para planificar todo.