—Gregorio, Silvana, buenos días —saludó Lorenzo con una inclinación de cabeza.
Gregorio y Silvana observaron al joven frente a ellos y casi instantáneamente comprendieron por qué su hija lo había amado hasta la locura.
Tenía una apariencia atractiva, era elegante y refinado, de estatura imponente y con un temperamento extraordinario.
Pero precisamente él era un canalla que había abandonado sin piedad a Isabella.
Esto era algo que Gregorio y Silvana naturalmente no podían tolerar, pero por respeto a Eduardo no podían mostrar mala cara, y además su hija aún lo amaba.
Por tanto, durante los intervalos del banquete, mientras las dos familias conversaban, Silvana dijo:
—Esta vez regresamos al país precisamente por Isabella, para organizarle una gran ceremonia de reconocimiento familiar y anunciar oficialmente su identidad ante todos.
Eduardo escuchó y asintió sonriendo, indicando que eso era necesario, aunque pensaba: los Acosta ya habían abandonado el país hace tiempo para desarrollarse en