Al ver la silueta borrosa, Lorenzo quiso extender la mano para tocarla, pero detuvo la mano en el aire y sacó del bolsillo un montón de pañuelos limpios.
Se limpió cuidadosamente los dedos, como si temiera ensuciar a Marisela. No se atrevía a tocar el cabello de la chica, solo al final tomó su mano por encima de la sábana.
Lorenzo no se fue, se quedó así de pie durante mucho tiempo.
La quietud de la noche parecía un juicio de reflexión, haciéndole repasar una y otra vez en su mente el respeto y obediencia absoluta que Marisela le había mostrado durante los dos años de matrimonio.
Mientras mejor hubiera sido la actitud de Marisela hacia él, mientras más cuidadosa y atenta hubiera sido al cuidarlo, más resaltaba lo desagradecido que había sido él, lo despiadado y cruel.
Especialmente durante ese mes del divorcio, había hecho tantas cosas que lastimaron a Marisela, la desilusionaron, la hicieron sentir asco y odio, la llenaron de heridas...
Aunque el mayor daño lo había causado Isabella,