—Ponla a la venta, y si Lorenzo intenta comprar el complejo, puedes quedarte en mi casa —dijo Celeste.
—En serio, está completamente loco. Primero quiere comprar donde trabajas, y ahora donde vives. ¿Por qué no compra de una vez todo San Miguel del Monte? —se quejó Celeste.
Marisela se llevó la comida a la boca, masticando en silencio.
Lorenzo realmente estaba enfermo, gravemente enfermo. Era capaz de cualquier cosa con tal de arrastrarla de vuelta para seguir atormentándola.
Ella, definitivamente, no podía regresar.
Mientras comían, Celeste revisaba su teléfono cuando recibió un mensaje de su hermano.
—Marisela, ¿podría llevarme algo de la comida que sobre? —preguntó Celeste, levantando la mirada.
Marisela volvió en sí y preguntó: —¿Para qué?
—Es mi hermano. Dice que le llamaron la atención tus costillas guisadas y quiere probarlas —explicó Celeste.
—Puedo prepararle unas nuevas —ofreció Marisela.
No tenía sentido darle a alguien las sobras, especialmente cuando Celeste la había ayuda