El lujoso automóvil se dirigía al hospital a toda velocidad.
Dentro del vehículo, nadie hablaba. Reinaba el silencio.
El rostro de Lorenzo se veía sombrío mientras desataba las cuerdas que rodeaban las muñecas de Celeste. Los delicados y blancos brazos de Celeste ya tenían dos marcas amoratadas debido a las ataduras, y además tenía algunos raspones en las piernas y la frente hinchada, luciendo verdaderamente lamentable.
Un intenso deseo de venganza cruzó por los ojos de Lorenzo. Con sus largos dedos, suavemente masajeó las muñecas de ella, intentando no asustarla, y suavizó su tono de voz:
—¿Cómo te lastimaste?
Nadie respondió.
Lorenzo agachó la cabeza y vio el pálido rostro de Celeste con la mirada perdida, sin saber en qué estaba pensando.
¡Esta expresión era muy similar a cuando ella perdió el conocimiento la última vez!
El corazón de Lorenzo se agitó. Apretó con fuerza la mano fría de Celeste, frunció el ceño preocupado y le dijo mirando fijamente su rostro:
—¡Celeste, mírame! ¡H