Celeste se negó con la cabeza:
—Mejor regresa tú primero, yo me quedaré aquí esperando a que termine la operación.
Ella se rehusó a irse, y Lorenzo frunció el ceño. De pronto, la levantó en brazos y, con pasos largos, caminó hacia el elevador directamente.
—¡Ah!
Celeste se asustó y agarró con fuerza la ropa de sus hombros, mirándolo atónita:
—¿Qué haces? ¡Tengo que esperar a que el tío Manuel termine la operación! ¡Bájame!
Lorenzo la cargó dentro del elevador, mirándola con frialdad desde arriba:
—Una vez que el médico termine la operación, la enviarán al pabellón directamente. ¿De qué le sirve esperar aquí? ¿Acaso puede ayudar al médico con la cirugía o garantizar su seguridad?
—Pero…
—Mira cómo estás ahora. Sé buena y regresa a descansar por un rato. Andrés te avisará si hay noticias.
En el espejo del elevador se reflejaba la desgastada apariencia de Celeste en ese momento: su bata de hospital estaba arrugada y sucia, con algunas manchas oscuras en los brazos, y su cabello revuelto,