—Señorita, ¿va a bajarse o no? —preguntó el chofer del taxi.
Celeste recuperó la compostura, respiró profundamente, pagó el taxi y empujó la puerta, corriendo hacia la entrada de la prisión bajo la gran lluvia.
La lluvia era tan fuerte que cuando llegó a la entrada de la cárcel, ya estaba completamente empapada.
Celeste le explicó al guardia de la prisión el motivo de su visita, pero el guardia la echó de inmediato, diciendo:
—¡Lárgate, lárgate, lárgate! ¿Crees que puedes ver a todo el mundo que quieras? ¡La cárcel no es tu casa!
La última vez cuando ella vino a visitar a Viviana, los guardias también le impidieron el paso. Ella estaba un poco angustiada:
—¡Solo quiero verlo y hablar con él unos minutos! ¡Tengo algo muy importante que preguntarle!
Hizo una pausa y luego intentó proponerle:
—Por favor, te lo ruego, no llevo encima mi billetera hoy. Cuando regrese a casa, te enviaré una propina, ¿de acuerdo?
Celeste no se dio cuenta de que su ropa empapada se pegaba a su esbelta y curvil