Lilia regresó a su habitación. Buscó su teléfono y no lo encontró… ¿quién lo había tomado? Sus ojos recorrieron la habitación, buscando algo que pudiera ayudarla.La lámpara de su mesa de noche parpadeó ligeramente, y allí, al fondo, junto a una pila de libros, algo pequeño llamó su atención. Se acercó rápidamente y lo tomó en sus manos: un teléfono celular. La respiración de Lilia se aceleró. No se habían dado cuenta de que ese teléfono había quedado allí. No podía creerlo. Este debía ser un teléfono de Nikolai, quien debía haberse olvidado de él. La esperanza se encendió en su pecho como una chispa en la oscuridad. Pero ¿cómo usarlo sin ser descubierta?Primero revisó el dispositivo con manos temblorosas, buscando un mensaje que indicara que alguien estaba pendiente de ella. Nada. Su corazón latió con más fuerza. Tenía que arriesgarse. Sabía que, en esos momentos, su única opción era conectar con alguien fuera de esa casa, alguien que la pudiera ayudar a escapar, alguien que podría s
La noticia llegó como un relámpago seco, atravesando la pesada atmósfera de la mansión Volkov con una violencia silenciosa.El primero en enterarse fue uno de los antiguos escoltas de Nikolai, un leal silencioso que logró escapar del ataque. Sangraba por la pierna y tenía el rostro amoratado, pero su voz era firme cuando se presentó en los pasillos oscuros de la casa Volkov, exigiendo hablar con el jefe.—Nos emboscaron. No fue un ataque cualquiera. Lo estaban esperando. Fue Igor.La mención del nombre heló la sangre de todos. Igor Petrov. El viejo lobo que se creía muerto en vida, pero que, como una sombra rencorosa, había salido de su exilio con sed de venganza. Nadie pronunció palabra durante unos segundos. Solo se escuchaba la respiración agitada del guardia herido, la vibración muda de una furia colectiva que comenzaba a despertar.—¿Dónde? —preguntó el padre de Nikolai.—Cerca del paso sur. Cerraron las salidas. Mataron a cuatro. A mí… me dieron por muerto.Una maldición baja cr
Mientras avanzaban hacia el refugio temporal en las afueras de Moscú, Alexei descolgó su móvil. Las llamadas fueron pocas, pero certeras. Antiguos contactos, hombres que solo hablaban con silencios o con balas. Nadie se atrevía a decir demasiado, pero una frase se repetía: el cuervo ha construido una jaula en las ruinas.—¿Qué significa eso? —preguntó Sofía.Alexei la miró. No respondió de inmediato. Cerró el móvil y sus dedos tamborilearon sobre el volante con una calma que solo presagiaba tormenta.—Hay un sitio —explicó—. Una base vieja, un complejo militar abandonado de los años soviéticos. Subterráneo. Laberíntico. Imposible entrar sin un mapa y un ejército.—¿Y Nikolai podría estar ahí? —Lilia casi no podía respirar.—Si yo fuera Igor y quisiera que nadie encontrara a mi rehén... sí. Lo tendría allí.…Esa misma noche, en otra parte del mundo de sombras que gobernaban los Volkov, el padre de Nikolai, recibía la misma información.—Maldito traidor... —escupió, golpeando el escrit
El patriarca de los Volkov llegó al lugar justo antes del amanecer. Un hangar oxidado. Iba en una camioneta negra, blindada, con tres de sus hombres más leales: Gavril, Petr y Sergei. Todos armados, en silencio, con el rostro cubierto por el reflejo frío del acero.Cuando se bajaron, el aire tenía olor a sangre seca y pólvora.—Esperen —dijo en voz baja, levantando una mano. Dio dos pasos sobre el terreno húmedo, sintiendo el crujido del metal bajo sus botas. Las puertas del hangar estaban semiabiertas, una de ellas torcida por una explosión reciente.No era el primero en llegar.Adentro, el rastro era claro: manchas oscuras de sangre en el suelo, cuerpos inertes, cartuchos vacíos, fragmentos de vidrio y metralla, casquillos desperdigados como migajas de guerra.—Aquí ya pasó algo —murmuró Petr, empuñando su rifle con más fuerza.Él no respondió. Caminaba entre los restos como un lobo viejo husmeando un territorio que ya había sido tomado. En una de las esquinas encontró un puñado de
Lilia no recordaba la última vez que había dormido bien. Las noches en la mansión Romanov eran demasiado silenciosas. Demasiado distintas a las que compartía con Nikolai, incluso cuando la oscuridad de él parecía tragarla entera.Ahora, lo extrañaba. No a su monstruo, sino a su hombre.Aquel que se acostaba tarde por cerrar negocios, pero que en la madrugada la tomaba por la cintura como si temiera que desapareciera en su sueño. Aquel que la besaba la espalda con cuidado, como quien se arrodilla ante algo sagrado. Aquel que, pese a todo, aprendió a amarla como no sabía hacer ningún otro ser humano.Y, aun así, ahí estaba ella. Sola. En una cama extraña. Escuchando los latidos del dolor.El corazón se le oprimía con cada hora que pasaba sin noticias. No sabía dónde estaba él. Si estaba vivo. Si lo torturaban. Si recordaba su rostro. Si pensaba en su hijo.Si aún la amaba.La herida se abrió sola. Y sangró.Entró en una pequeña sala de lectura. La luz del atardecer teñía las paredes con
El aire olía a óxido, humedad y miedo.Alexei Romanov ajustó el auricular en su oído mientras descendía, seguido de Sofía y dos de sus hombres más confiables. Bajo ellos, las escaleras metálicas crujían como si aullaran bajo el peso de la noche. Todo el operativo, toda la esperanza, dependía de lo que encontraran allí abajo.Lilia, por orden de Alexei, había quedado esperándolos en el vehículo de escape, con el rostro pálido y las manos temblorosas. Aunque su cuerpo se rebelaba contra la espera, sabía que su presencia allí solo entorpecería la misión. Ahora, cada latido de su corazón era una oración muda hacia el abismo donde Nikolai luchaba, solo.El acceso al sitio era sencillo: un edificio industrial en ruinas, el cascarón de una vieja empresa de transportes, camuflando el verdadero horror que se escondía en sus entrañas. Los hombres de Igor, astutos, habían sellado a Nikolai en un contenedor de carga modificado, enterrado bajo tierra.La linterna de Alexei rasgó la oscuridad. Las p
El silencio del refugio estaba cargado de una paz extraña. Afuera, el viento rozaba las ventanas con un murmullo insistente, como si quisiera colarse en el secreto de ese cuarto donde el tiempo parecía haberse detenido. Las paredes eran austeras, las cortinas gruesas y el mobiliario mínimo, pero allí, en esa cama estrecha de madera vieja y sábanas ásperas, reposaba un hombre que había sido quebrado y vuelto a armar a la fuerza.Nikolai aún tenía los ojos cerrados.Su rostro, antes duro como el acero, ahora se mostraba vulnerable. Tenía vendajes alrededor del torso, moretones que teñían su piel de tonos violetas y azulados, los labios partidos, las manos maltrechas. Cada respiración suya parecía costarle un pedazo de alma. Sin embargo, seguía respirando. Su pecho subía y bajaba con dificultad, pero con vida.Y junto a él, sentada en una silla improvisada, estaba Lilia.No dormía. No se permitía dormir.Tenía los ojos fijos en él desde hacía horas, como si con solo observarlo pudiera ma
—Te pedí que bailaras para ellos, Lilia, no que tomes decisiones por tu cuenta —el jefe del club, Valentín, golpeó la mesa con fuerza, sus ojos oscuros reflejaron su impaciencia.El club vibraba con el estruendo del jazz desafinado. La atmósfera cargada de humo hacía juego con las miradas codiciosas de los hombres que llenaban el lugar. Todo en aquel lugar gritaba peligro, y Lilia lo sabía. Pero seguir allí era un mal necesario.—No soy un objeto, Valentín. No voy a bailar para un grupo de desconocidos solo porque tú quieras mantenerlos contentos. Ya hago suficiente —replicó ella, con voz firme, aunque sus manos temblaban de furia contenida. Había lidiado con hombres como él toda su vida; hombres que confundían su fuerza con una invitación para doblegarla —¿O prefieres que termine como mi hermana? Esos hombres son peligrosos, son mafiosos y en cualquier momento los matarán. Sofía entró en ese mundo y ahora está en la cárcel por culpa del maldito de Aleksei, quien ahora también me está